Zimbabue

Etapas

28/02/2016 Marula – Bulawayo (88 Km).

29/02/2016 Bulawayo – Shangani (89 Km).

01/03/2016 Shangani – Gweru (80 Km).

02/03/2016 Gweru – Kadoma (118 Km).

03/03/2016 Kadoma – Selous (70 Km).

04/03/2016 Selous – Harare (90 Km).

05-07/03/2016 Descanso en Harare (18 Km).

08/03/2016 Harare – Mpinga (82 Km).

09/03/2016 Mpinga – Madadzi (127 Km).

10/03/2016 Madadzi – Makuti (103 Km).

11/03/2016 Makuti – Kariba (74 Km).

12/03/2016 Descanso Kariba.

13/03/2016 Kariba – Aldea Sikoongo´s Chief

Zimbabue: Conociendo lo desaconsejado

Entré en Zimbabue como una hoja en blanco, sin saber que encontraría. De hecho, en Botsuana me advirtieron que extremara las precauciones y que desconfiara de todo el mundo.

Después de pagar 30 dólares por el visado, solo me quedaban 4 en el bolsillo. Los invertí en pan de molde, mantequilla de cacahuete y varias sopas instantáneas de noodles. Al atardecer, llegué al pequeño pueblo de Marula, y preguntando por donde podría acampar de forma segura, todas las personas me indicaron que fuera a la escuelita.

Allí me recibió la directora y decenas de niños, que a pesar de ser fin de semana, viven en las instalaciones debido a que no pueden costearse el autobús desde sus casas hasta el colegio. La tormenta estaba cerca y me esperaba una noche pasada por agua. Pero me dejaron ocupar una de las clases y pude dormir más tranquilo.

Por la mañana preparé a Bucéfalo para hacer una pequeña exposición de mi viaje a los curiosos chavales. Les expliqué en que consistía mi aventura y cómo a pesar de tener pocos recursos, con trabajo duro, determinación e ilusión, podemos llegar muy lejos. Fue la experiencia más hermosa que viví desde que empecé el viaje por África. Parece ser que Zimbabue tiene una energía diferente de la que me habían comentado.

Diario Zimbabue 1

(En la escuela de Marula)

Continué el viaje pedaleando por un mar de colinas. Constantemente el cielo me decía que iba a gozar de una ducha natural, pero no cayó ni una gota en todo el día. En la carretera vi a un pequeño camaleón, estaba intentando cruzar al otro lado pero se dejó ayudar, se subió a mi mano y lo llevé a lugar seguro.

Diario Zimbabue 2

(Sosteniendo al camaleón)

Con la última hora de la tarde atravieso Bulawayo y busco campamento a las afueras. Pregunté en varios hoteles, gasolineras y en la comisarías de policía, pero no me ayudaron en ningún lugar. Así que hice uno de mis clásicos movimientos, llamar a la puerta de una casa. La respuesta fue totalmente diferente, solo pregunté por acampar en el jardín y al final dormí en cama, me invitaron a cenar y por la mañana a desayunar. Siempre que he pedido ayuda a lo largo del viaje ha habido alguien dispuesto a ofrecérmela, y Zimbabue no estaba siendo la excepción.

Gracias al puré de avena, los huevos fritos y los plátanos del desayuno, pedalee como un animal las primeras 3 horas de la mañana. Me detuve en un pequeño puente para descansar y prepararme un sándwich de la peor mantequilla de cacahuetes que he probado jamás.

A los pocos kilómetros fui a un restaurante para pedir agua, y un señor que al pasar con el coche me vio comer en el puente, me invitó a comer Sadza. Un plato constituido por un puré hecho de harina de maíz, acompañado de una porción de carne y una ración de verduras. Es un de las bases de la alimentación en la mayoría de los países africanos.

Con la noche encima llego a un pequeño pueblo, donde pregunto al trabajador de una gasolinera donde acampar. ¿Dormir con la tienda? Me dijo en ingles, duerme mejor en mi cuarto, esta a punto de llover y yo tengo turno de noche…era mi tercer día en Zimbabue y la tercera vez que me hospedaban.

Inocent, mi nuevo colega, vivía en unos barracones detrás de la estación de servicio. Tenía un cuarto con cama, luz y cocina eléctrica. Pude cenar una de las últimas sopas de noodles que me quedaban, mientras la lluvia golpeaba la plancha de metal que tenía como tejado.

Diario Zimbabue 3

(Junto a Inocent)

Me despido de Inocent y pedaleo duro hasta llegar a Gweru. Hago una breve parada para recargar agua, y antes de terminar un niño se me acerca pidiéndome dinero. No es la primera vez que me pasa en mi vuelta al mundo, de hecho me ha ocurrido cientos de veces. Mi respuesta siempre ha sido la misma: “Dinero no amigo, pero si tienes hambre te invito a comer”. Pero esta vez no tenía ni para comer yo. Solo le pude desear suerte, aunque se perfectamente como funciona esto, si el chaval consigue dinero jamás es para él, siempre hay alguien detrás que lo fuerza. Por eso, cuando puedo, les invito a comer algo rico.

Estando a pocos kilómetros de Gweru empieza a llover con fuerza, me detengo en un pequeño almacén de madera donde me dejan resguardarme. Tras una hora esperando junto a los empleados se hace tarde y se van a cenar. Me piden que les acompañe y comparten conmigo un plato enorme de Sadza.

Antes de que la oscuridad fuera total la tormenta me da una breve tregua, lo suficiente para avanzar 20 kilómetros hasta una gasolinera con una zona techada. Me dejan acampar, conectar el teléfono y tender toda mi ropa. Cené las dos últimas sopas que me quedaban, ya no tenía nada más de comida, ni siquiera la rancia mantequilla de cacahuete.

Con la salida del sol alcanzo el pueblo de Chegutu. Apenas pude pedalear 40 kilómetros estando en ayunas y tardé casi 4 horas. Estuve descansando en el suelo de la calle, feliz a pesar de todo. Por primera vez desde que entré en Zimbabue el sol brillaba, y por fin tenía toda la ropa seca.

Cualquiera pensaría que es una situación imposible de superar. Estar tirado en una calle en medio de África, hambriento y sin dinero, siendo un símbolo del dólar en este continente, un blanco europeo con una moderna bicicleta. Pero a los 20 minutos un señor se paró a hablar conmigo, me ofreció invitarme a un refresco pero yo le respondí que necesitaba algo de comer. Terminamos teniendo una larga conversación mientras devoraba unas pechugas de pollo con patatas.

Con el estomago lleno aproveché las ultimas horas de luz para llegar a Selous. Vi mucha gente bebiendo y pasándolo bien en el único hotel de la zona. Me saludaron mientras me decían que me acercara. Siempre he dicho que una buena sonrisa te abre muchas puertas, y esta vez funcionó mejor que nunca.

Conocí al dueño del Hotel, Forget. Me ofreció acampar en el jardín y pude darme una ducha fría. Cuando terminé de instalar mi campamento me invitó a cenar Sadza y a varias cervezas. Después fuimos a jugar al billar y todos querían retar al único blanco del bar, perdí la primera partida pero luego fui imbatible. Me dieron a probar la cerveza local, el “Skas”, preparada a partir del maíz fermentado. Es una bebida muy curiosa, me invitaron a beber hasta reventar y me gustó!

Me fui a dormir con una sonrisa de oreja a oreja, después de hablar con todo el mundo, de transmitir mi buen rollo y disfrutar bailando medio borracho.

Diario Zimbabue 4

(De fiesta en Zimbabue)

Empezando el día con la resaca mañanera y digiriéndola en la bicicleta, consigo alcanzar la capital zimbabuense al final de la jornada. Tras conectarme al wifi de una gasolinera, vi que un follower me había enviado 20€, fue como agua vendita. Después de cenar como una bestia, estuve pensando donde iba a dormir esa noche y decidí probar algo nuevo. En el mapa localicé un Club de Golf y me dije: Si hay no tienen césped de sobra para que pueda acampar, me jubilo!

Si estoy escribiendo esto desde Malawi, claro está que me dejaron dormir con la tienda. El guarda nocturno fue muy amable y por la mañana me pude dar una ducha caliente, la primera desde que crucé la frontera.

En Harare vive David Martin, ciclista profesional zimbabuense. El pasado octubre batió el récord mundial, al pedalear desde El Cairo hasta Ciudad del Cabo en tan solo 38 días, 12 horas y 16 minutos. Me puse en contacto con él y me recibió en su casa donde pude descansar. Después de trabajar duro con el ordenador, conseguí recaudar dinero suficiente para llegar hasta la frontera con Zambia, y pagar los 50 dólares del visado. Recogí mi nuevo pasaporte en la embajada y repuse fuerzas siguiendo la alimentación de un ciclista de élite.

Diario Zimbabue 5

(Junto a David Martin en Harare)

Antes de retomar la marcha tuve que afrontar una pérdida incalculable. Mi querida GoPro, que me había seguido desde el inicio, dejo de funcionar. Hice todo lo posible por revivirla, pero tristemente, su descanso había llegado. De aquí en adelante solo me queda la cámara de fotos para grabar vídeos, efectiva pero insuficiente. Lo importante es continuar teniendo la oportunidad de seguir luchando para documentar mi viaje.

Dejé atrás Harare para poner rumbo a la frontera con Zambia. Durante 3 jornadas solo pedaleo subiendo o bajando colinas, no hay nada llano. El sol aprieta y mientras mis primeros días fueron pasados por agua, los últimos estaban siendo empapados en sudor. La carretera era muy estrecha y el transito de camiones elevado, pero respetan al ciclista. Reducían la velocidad y dejaban una distancia generosa para adelantarme, actitud que no he visto en muchos países.

En Makuti acampo en la comisaría y me despido de la carretera principal. Quería visitar el Lago Kariba pero para ello debía atravesar 70 kilómetros de un Parque Nacional, en el que entre otros animales, predominaban los leones. Debía empezar la jornada después de las 10:00 am, cuando el sol aprieta y la actividad de los depredadores disminuye.

Diario Zimbabue 6

(Atravesando el Parque Nacional para llegar a Kariba)

Los primeros instantes en la solitaria carretera tuve un subidón de adrenalina alucinante, aunque también estaba bastante asustado. Mi dos únicas armas eran mi cuchillo y un potente silbato de gas, que lanza un pitido muy fuerte y agudo. El día que lo compré en Sudáfrica pensé que si a mi casi me deja sordo, a un animal con un oído 10 veces más potente le debe causar pánico.

Me fui calmando poco a poco a medida que pedaleaba, hasta que me encontré con 20 operarios de carretera cortando la hierba de los bordes. Me paré a hablar con ellos, me volvieron a advertir de la presencia de leones, y me presentaron al cazador que les protegía en todo momento. No es normal verlos cerca de la carretera, me dijo, pero puede pasar. Son momentos en los que detesto ser un terco cabezón, aunque se perfectamente que no puedo remediarlo.

Seguí pedaleando y en 70 kilómetros solo me crucé con babuinos, de hecho a uno casi lo atropello. Se cruzó delante mío mientras bajaba una colina a gran velocidad, pero pude esquivarlo.

Finalmente llego a Kariba sin sufrir percance alguno y con la diosa fortuna lanzándome nuevamente un guiño. A los pocos minutos de llegar al pueblo conocí a Dick, un escoces afincado en Zimbabue desde hace un par de décadas. Me invitó a su propiedad situada en la orilla del lago, y pude ocupar su cuarto de invitados.

Mientras aun estaba organizando todo, un elefante pasó cerca de su jardín. Me quedé petrificado, aunque para Dick era el pan de cada día y nos acercamos hasta tenerlo cara a cara. Más tarde fuimos a la orilla donde pude ver hipopótamos, cocodrilos y más elefantes, dos de ellos estaban jugando y escuchaba los golpes que se daban, eran unos bestias.

Diario Zimbabue 7

(Elefantes del Lago Kariba)

Por la noche, mientras cenábamos, se cortó la luz durante 30 segundos. No le dimos mucha importancia y seguimos charlando. Me ofreció acompañarle por la mañana dentro del Parque Nacional, tenía que dejar a 3 guardas dentro de la reserva. Su misión, localizar y deshabilitar las trampas de los cazadores furtivos. La verdad es que no daba crédito a la suerte que estaba teniendo. En Botsuana me quedé con unas ganas bárbaras de hacer un safari, y ahora lo iba a hacer bajo invitación.

Salimos bien temprano y después de recoger a los guardas entramos dentro de la reserva, donde toda la vida salvaje amanecía junto a nosotros. Cocodrilos, cebras, búfalos, hipopótamos y elefantes, aunque ni rastro de los leones.

Diario Zimbabue 8

(Dick sosteniendo una de las trampas. Lazos de alambre para apresar la pata de cualquier animal)

Al regresar encontramos la explicación al corte de luz de la noche anterior. Los tendidos eléctricos que transportan la electricidad producida en la Presa Kariba, están demasiado bajos en una zona cercana al pueblo. Un elefante los tocó por accidente al pasar en la oscuridad de la noche, y murió electrocutado. Un desafortunado final para el más grande de la sabana africana, y todo por una negligencia de la compañía eléctrica que no hace nada por remediarlo. Cada año mueren 6 elefantes en el mismo punto.

Antes de abandonar el lugar me hice una fotografía denunciando la situación, y la envié a todas las protectoras de animales. En ella pongo como referencia mi cuerpo para mostrar la altura del cable con respecto al suelo. Nada ha cambiado, porque ninguna protectora me ha confirmado que se puedan tomar medidas legales para solucionarlo.

Diario Zimbabue 9

(Foto denuncia poniendo mi cuerpo como referencia a la altura del tendido eléctrico)

Cuando nos fuimos el elefante estaba de una sola pieza, pero la gente se estaba agolpando para esperar su ración de carne. Pasada una hora volví y había varios hombres despellejándolo, se estaban repartiendo los primeros trozos de carne mientras seguía llegando más personas. Jamás olvidare el olor del interior del elefante, se me ha quedado insertado en la memoria y nunca podré dejar de recordarlo. Admito que no estoy en contra de que se aprovechara la carne del animal, aunque me dio la sensación de que la gente esperaba cada semana a que cayera fulminado otro elefante más, para tener ese día carne gratis.

La siguiente vez que volví la imagen se me quedo grabada en la retina. Ya no había orden ni nadie que lo estableciera, todo era un caos. No se podía apreciar al elefante, todo el mundo estaba alrededor y dentro de él, peleando por llevarse el trozo más grande, limando los huesos y forcejando los unos con los otros. Ni me atreví a acercarme.

De regreso a casa de Dick, le doy cuidados a Bucéfalo y le hago una buena limpieza. Por la mañana me despido del Lago Kariba y cruzo la frontera con Zambia bastante pensativo.

Zimbabue había sido una experiencia reveladora. Es un país que tiene muy mala fama, difundida por personas que jamás han puesto un pie en el. Conseguí pedalear 600 kilómetros sin dinero porque toda la gente que conocí quiso ayudarme, y fueron felices ayudándome. En Harare descansé varios días en la casa de un ciclista de elite, porque a pesar de ser un novato a su lado, nos une el compañerismo. Pude disfrutar del lago durmiendo cerca de la orilla teniendo cama y baño privado, porque un señor se me acercó y me preguntó si sabia donde iba a dormir.

Si nos dejáramos llevar por las opiniones negativas, viviríamos encerrados en casa aterrados por salir a la calle, pero creerme cuando os digo que el ser humano es bueno por naturaleza. A pesar de que hay gente que se tuerce a lo largo del camino, las personas de buen corazón predominan en este mundo.

“Donde menos esperas encontrar, es donde más acabas recibiendo”

Diario Zimbabue 10

Botsuana

Etapas:

13/02/2016 Tsootsha – Ghanzi (129 Km).

14/02/2016 Ghanzi – Kuke (113 Km).

15/02/2016 Kuke – Sehithwa (80 Km).

16/02/2016 Sehithwa – Maun (102 Km).

17-19/02/2016 Descanso en Maun.

20/02/2016 Maun – Makgadikgadi Pans National Park (106 Km).

21/02/2016 Makgadikgadi Pans National Park – Gwetta (115 Km).

22/02/2016 Gwetta – Nata (100 Km).

23/02/2016 Nata – Mosetse (78 Km).

24/02/2016 Mosetse – Francistown (110 Km).

25/02/2016 Descanso en Francistown.

26/02/2016 Francistown – Tsamaya (46 Km).

27/02/2016 Tsamaya – Marula (Entrada en Zimbabue) (91 Km).

Botsuana: En busca de la fauna salvaje

Mi entrada en Botsuana me acercaba más que nunca a la sabana africana. Impaciente por observar la vida salvaje avancé por la llanura para llegar a Maun. Pedaleando por las interminables rectas de asfalto me sentía como un intruso. La carretera esta rodeada por la hierba pero solo unos metros, luego comienza el dominio de la vegetación, árboles y matorral bajo que no te permiten ver con profundidad que es lo que merodea a tu alrededor.

Me daba bastante tranquilidad la presencia de vacas, caballos y burros salvajes junto a la carretera, donde se concentra el pasto más tierno. Digo tranquilidad porque al menos me sentía como el bocado menos suculento. A pesar de ser poco probable toparse con un depredador por esa zona, es imposible no sentir ese picor en la boca del estomago cuando escuchas un sonido a tu alrededor.

La primera noche en mi trigésimo séptimo país de mi vuelta al mundo, dormí camuflado junto a un árbol a pocos metros de la carretera. Fue una noche inquietante en la que una terrible pesadilla interrumpió mi placentero sueño. Me desperté tan agitado y desorientado, que no sabía que estaba en Botsuana, solo sabía que era de noche y que estaba dentro de la tienda. Amanecí fatigado y después de desayunar me dispuse a tomar la profilaxis de la malaria. Desde hace una semana empecé a medicarme para combatir tan temible enfermedad. Curiosamente durante esa semana no había descansado bien ninguna noche, me despertaba agotado después de dormir 8 horas y pedaleando no me sentía al 100%. La inquieta noche que pasé fue la última porque decidí dejar de tomar Malarone. Los efectos secundarios me estaban destrozando.

Me puse en marcha sin gozar de una ducha mañanera y rebozado en mi sudor, como de costumbre. Coincidencia, casualidad o acierto, pedalee con mejor rendimiento que cualquier día de la semana anterior. Parece que la profilaxis de la malaria me estaba robando la energía, y solo me queda tocar madera para no contraerla. Pero si ese fatídico mosquito viene a mi, tomaré medidas para superar el obstáculo, como siempre he hecho. Hasta entonces, simplemente voy a disfrutar extremando las precauciones para que no me piquen.

Finalizo la jornada en una pequeña aldea, donde acampo junto a las chozas de barro y paja. Por la mañana me da los buenos días un cielo claro y azul, pero la época de lluvias está comenzando y la climatología en África es difícil de predecir. Por la tarde me agarra una tormenta, no llueve de forma constante, se iba desplazando hacia el Sur y el cielo descarga agua cada 5 minutos de forma intermitente. Gloriosa ducha natural que me da un respiro y aclara la suciedad de mi ropa.

Diario Botsuana 1

(Acampando en un pequeña aldea de Botsuana)

Al cuarto día en Botsuana alcanzo Maun. En la embajada española de Windhoek me dieron el contacto de Edurne, cónsul honoraria. Hace 20 años creó una agencia de safaris para visitar el Delta del Okavango. Edurne me recibe con los brazos abiertos y me deja ocupar su casa de invitados. Me relajo durante varios días durmiendo en cama, con baño privado, cebándome de buena comida y por primera vez desde que dejé atrás Cape Town, lavo la ropa en una lavadora.

Su esposo es guía profesional de safaris y me da un valioso consejo. Durante sus expediciones siempre lleva un puñado de arena fina en el bolsillo, para interrumpir el ataque de un león lanzándosela a los ojos. Espero nunca tener que ponerlo en practica.

La segunda noche en Maun, Edurne organiza una cena para la reducida comunidad de españoles. Fue cuando conocí a Marcus, piloto de avionetas, que me ofreció acompañarle en un vuelo para recoger a 11 clientes de un Lodge dentro del Delta del Okavango. Por la mañana despegamos y desde el aire vemos cocodrilos e hipopótamos, aterrizamos en la pista de tierra dentro del Parque Nacional y se suben todos a bordo. En el despegue, más digno de un rally, observamos a una manada de elefantes caminando por la inmensa llanura. Una experiencia única!

Diario Botsuana 2

(Junto a Marcus dentro del Delta del Okavango)

Después de reponer fuerzas y decidido a continuar la aventura, organizo todo para continuar la marcha, pero por primera vez en África no iba a pedalear solo. Frank, uno de los guías de safaris de Edurne y aficionado a la bicicleta, decide acompañarme hasta la ciudad de Nata, a 300 kilómetros al Este.

Diario Botsuana 3

(Junto a Edurne, su marido y Frank)

El primer día volamos con el viento a favor y alcanzamos la entrada del Makgadikgadi Pans National Park. Con el atardecer encima, montamos el campamento junto a un árbol, y preparamos la hoguera para mantener a los depredadores a raya durante toda la noche. A nuestro alrededor se pueden apreciar las zonas de paso de los animales de un lado a otro de la carretera, como inmensos agujeros entre los arbustos que solo un animal de gran tamaño podía hacer. Mientras estaba recogiendo leña con los últimos rayo de luz, tuve la hermosa oportunidad de contemplar un elefante pasar a 200 metros del campamento. Fue toda una sorpresa porque no me lo esperaba, pasó andando como si nada, como si no existiéramos. Fue la primera vez en mi vida que veía un elefante salvaje desde tan cerca.

Diario Botsuana 4

(Lejana fotografía que tomé al elefante que pasó por nuestro campamento)

Encendí el fuego con una sonrisa estampada en la cara, todo me parecía tan emocionante. Frank estaba como si nada, a fin de cuentas ha crecido rodeado de esta fauna salvaje, pero yo estaba entusiasmado.

Antes de dormir Frank me advierte: Nada de comida dentro de la tienda. Si tienes cualquier alimento con olor a carne, las hienas y leones vendrán a por ti, si tienes fruta puedes atraer a los elefantes. El fuego nos protegerá durante toda la noche, pero las hienas no lo temen, es probable que vengan a oler e inspeccionar este nuevo arbusto de su territorio, es decir, la tienda de campaña. Debes estar tranquilo y no agitarte, ellas vendrán, olerán, inspeccionaran y finalmente, se alejaran.

Esa noche cerré los ojos con la ilusión de despertar por la mañana y ver las huellas de las hienas alrededor de mi campamento, pero al salir el sol solo había rastro de miles de insectos que se refugiaron bajo mi tienda.

Llegamos al primer pueblo con el fresco de la mañana, donde desayunamos judías con Fat Cakes, unos buñuelos cargados de energía. Frank hace de intérprete y simplemente me dejo llevar siguiéndole a haya donde vaya.

Atravesamos dos Parques nacionales que están separados por la carretera. Al Norte tenemos el Nxai Pan National Park con menos concentración de agua, y al Sur el Makgadikgadi Pans National Park con el Río Boteti y el Lago Nwetwe, en el que se concentra la mayoría de la vida salvaje del lugar, debido a la abundancia del preciado elemento.

Mientras pedaleamos, constantemente contamos con la presencia de los Ñandúes. En la carretera Frank reconoce las heces de una hiena, son recientes me dice, menos de dos días. Los excrementos de hiena empiezan a blanquearse pasadas 24 horas, debido al exceso de calcio procedente de los huesos que comen. Estaba ansioso por ver alguna.

Diario Botsuana 5

(Heces de una hiena)

Durante el camino mi guía personal me cuenta como hace dos años un motorista alemán, falleció en esta misma carretera a manos de un elefante. El animal se le cruzó en la carretera, y el motorista para espantarlo revoluciono el motor al máximo para asustarlo con el potente sonido, pero la respuesta del elefante fue envestirlo hasta la muerte.

En una de sus últimas expediciones como guía de safaris, Frank guiaba a un pequeño grupo de turistas a pie. Él iba 20 metros por delante cuando un elefante empezó a caminar hacia ellos, Frank se escondió detrás de un arbusto esperando la reacción del animal, mientras el grupo se ocultaba junto a un árbol. Cuando lo tuvo frente a él, decidió mostrarse con los brazos levantados para parecer más grande e intimidarlo. El elefante dudo, y ante la duda siempre envisten. Frank recibió un trompazo en la ingle y estuvo a punto de perder las joyas de la corona. Finalmente el grupo espantó al animal gritando y levantando las manos.

Estos relatos no hacen más que aumentar mi curiosidad sobre la actitud de cada animal, y cual sería el correcto comportamiento ante la situación de tenerlos frente a frente. Bombardeo a Frank con miles de preguntas, abro los oídos y memorizo todos y cada uno de sus consejos. Es una mina de información que probablemente en el futuro tenga que poner en práctica.

Con la llegada a Gwetta dejamos atrás los parques nacionales, y donde nos esperaba una recompensa con la firma de Edurne. Antes de salir de Maun nos dejó pagada una noche en el camping Planet Baobab, con cena y desayuno incluido. En las cercanías del campamento se concentran los enormes Baobab, majestuosos árboles que llegan a medir 30 metros de alto y 11 metros de diámetro, en sus más de 1000 años de vida.

Diario Botsuana 6

(Bucéfalo junto a un Baobab)

El buffet libre del desayuno nos dejo fuera de combate durante dos horas mientras hacíamos la digestión, y comenzamos a pedalear a mediodía en nuestra última jornada juntos. Antes de llegar a Nata tuvimos que buscar refugio en una granja cercana a la carretera, donde pasamos la tormenta que teníamos justo encima.

Esperamos una hora a que la lluvia cesara dentro de una cabaña de barro y paja. Aprovechamos para hablar de la conducta de los elefantes, lo unidos que están sus grupos, los sentimientos que se procesan, la memoria que los caracteriza y uno de los comportamientos más increíbles, cómo los despiden antes de abandonar la manada para alejarse y morir en soledad, para luego rendirles un particular homenaje póstumo cuando se encuentran con sus restos, tocando con sus trompas y pezuñas los enormes huesos.

(Reflexionando junto a Frank en la cabaña de barro y paja)

Nata es el último pueblo en el que acampo con Frank. Por la mañana me despido del mejor guía de safaris que he conocido y continuo mi viaje en solitario.

Francistown es la última gran ciudad que visito en Botsuana antes de llegar a la frontera con Zimbabue. Fue una parada técnica de un día para trabajar con el ordenador utilizando el wifi del aeropuerto. La primera noche cuando me disponía a dormir en la sala de espera, uno de los operarios conocido por sus compañeros como Mr T, me ofrece acampar en el jardín de su casa. Los trabajadores del aeropuerto viven en una pequeña zona residencial construida a menos de 500 metros, y era una zona segura para dormir. La segunda noche uno de los compañeros de Mr T directamente me ofrece una cama en su casa. En Botsuana hay largas extensiones de terreno salvaje y no hay mucha población, pero las pocas personas con las que me crucé en el camino, fueron sencillamente maravillosas conmigo.

Diario Botsuana 8

(Colorado On The Road junto a Mr T)

Con 30 dólares en metálico en el bolsillo para pagar las tasas de mi próxima frontera, puse rumbo a Zimbabue bajo la lluvia. No duré mucho tiempo pedaleando y a los 50 kilómetros paré en un pequeño pueblo, para buscar refugio en una zona techada de la comisaría. Pude secar la ropa y los agentes me dieron de cenar. Finalmente hice noche allí porque la tormenta no cesaba.

Atravesé el puesto fronterizo con Zimbabue con hambre de más. Me hubiera gustado hacer un Safari salvaje por el Delta del Okavango, pero claro está, los elevados precios me dejan fuera de toda expedición. La bicicleta te limita mucho, pero a la vez ha sido la que me ha dado alas. De no ser por ella jamás hubiera compartido esta experiencia junto a Frank, y sobre todo, jamás hubiera aprendido tanto de él. Hay una frase que me dijo que se me quedó grabada en la memoria:

“Si te sientes como un intruso en un entorno salvaje, es porque lo eres”

 

Namibia

Etapas:

17/01/2016 Descanso en Rosh Pinah (20 Km).

18/01/2016 Rosh Pinah – Aus (152 Km).

19/01/2016 Descanso en Aus.

20/01/2016 Aus – Desierto carretera C13 (81 Km).

21/01/2016 Desierto carretera C13 – Desierto carretera 14 (107 Km).

22/01/2016 Desierto carretera C14 – Möhabe (71 Km).

23/01/2016 Möhabe – Desierto carretera C14 (77 Km).

24/01/2016 Desierto carretera C14 – Solitaire (92 Km).

25/01/2016 Solitaire – Sesriem (86 Km).

26/01/2016 Descanso Sesriem.

27/01/2016 Sesriem – Solitaire (85 Km).

28/01/2016 Solitaire – Desierto carretera C26 (84 Km).

29/01/2016 Desierto carretera C26 – Paso de Gamsberg (52 Km).

30/01/2016 Paso de Gamsberg – Carretera C26 (75 Km).

31/01/2016 Carretera C26 – Windhoek (78 Km).

01-07/02/2016 Descanso en Windhoek.

08/02/2016 Windhoek – Carretera B6 (90 Km).

09/02/2016 Carretera B6 – Gobabis (139 Km).

10/02/2016 Descanso en Gobabis.

11/02/2016 Gobabis – Buitepos (113 Km).

12/02/2016 Buitepos – Tsootsha (86 Km) (Entrada en Botsuana).

Namibia: En busca del desierto más antiguo de la tierra

Después de las últimas jornadas en Sudáfrica necesitaba un breve descanso, y Javier Bicicleting me había pasado un contacto en Namibia. A 20 kilómetros al Norte de Rosh Pinah vería una granja a mano derecha, la única en esa zona de la carretera y donde encontraría a Richard. Desde hace tiempo este encantador namibio ayuda a los viajeros con una zona donde acampar, ducha caliente y comida, aunque con los ciclistas su invitación va más lejos. Disfruté de una tranquila tarde bebiendo cerveza, comiendo carne a la parrilla y dormí en una buena cama. Por la mañana me cebo con un desayuno de campeones y me fui con las alforjas llenas de cecina de orix.

Con las fuerzas renovadas literalmente volé en el asfalto, y pude avanzar 152 kilómetros hasta el pueblo de Aus. El sol golpea fuerte en el desierto, pero aun así está lleno de vida. Contemplo las aves surcar el cielo, a los orix pastar en la llanura con la puesta de sol, una víbora de las arenas me hace compañía unos instantes y la presencia de un pequeño chacal me advierte de que la noche está cerca. Las últimas horas de la jornada las viví rodeado por la oscuridad, pedaleando bajo la luz de la luna y las estrellas, envuelto por un silencio absoluto y una calma que a más de uno podría inquietar, pero la mejor parte de Namibia no había hecho más que empezar.

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(Orix pastando con la puesta de sol)

El asfalto llega a su fin y desde Aus hasta Windhoek emprendo una nueva aventura por pista de tierra. La inmensa explanada rodeada en la lejanía por las montañas te hace sentir insignificante. El silencio es un fiel compañero de viaje y parece que te mece mientras duermes acampando en mitad de la nada.

Con la luz de la mañana alcanzo el pueblo de Helmeringhausen, importante parada para reabastecerme de agua y comida. Antes de continuar la marcha comienza a llover con fuerza y durante una hora la tormenta me detiene, pero el pequeño retraso no me importó. La llanura clama a gritos por una tregua de agua para mitigar la dura sequía de la zona. Increíblemente cuando continuo pedaleando el terreno es firme, no hay barro ni agua encharcada, la tierra lo filtró todo en cuestión de minutos.

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(Colorado Off Road)

Conseguir leña cada noche para hacer la hoguera no resulta complicado, todo lo que me rodea son arbustos totalmente secos. Con el calor del fuego cocino cada noche la especialidad de la casa, pasta con tomate, además de mantener alejados a los curiosos animalillos nocturnos. Pero una mañana al levantar el campamento me di cuenta de que no había dormido solo. Un pequeño escorpión potencialmente venenoso, había encontrado debajo de mi tienda un confortable lugar en el que echarse la siesta. Siempre hay que extremar las precauciones a la hora de montar el campamento para estar 100% seguros de que somos el único ser vivo dentro de la tienda, y ser igual de precavidos a la hora de empacar todo el equipo por la mañana para no llevarnos ningún colega de viaje.

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(Un querido escorpión que durmió bajo mi tienda de campaña)

Los tres días que emplee para llegar hasta Solitaire fueron de extrema dureza, pero por suerte ya tenía el cuerpo curtido para afrontar las complicaciones del desierto. La llanura es aparente en la distancia, pero en la cercanía la pista de tierra atraviesa de forma constante colina tras colina. El viento pocas veces ha sido un aliado, y nuevamente decidió hacerme sentir que avanzaba contra un muro transparente. El calor me animaba a beber agua en abundancia, mientras que mis cantimploras me demandaban que la racionalizara. En ocasiones, la pista de tierra es demasiado arenosa y rocosa, dejándome la única opción de empujar durante largos tramos. Más concentrado en alcanzar el pueblo en el que reabastecerme, que de prestar atención a mi kilometraje, llegó un momento que ansiaba y necesitaba vivir para subir la moral hasta lo más alto.

Después de 26 meses y 24 días pedaleando para cumplir el sueño de mi vida de dar la vuelta la mundo en bicicleta, y antes de llegar al polvoriento pueblo de Solitaire, cumplo los 50.000 kilómetros de viaje. Como marca la tradición de esta aventura, sigo el ritual de hacerme una foto cada vez que pedaleo 1000 kilómetros, pero en esta ocasión quise rendirle culto y gratitud al verdadero protagonista del viaje, Bucéfalo.

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(Cumpliendo 50.000 kilómetros de aventura)

En el camping de Solitaire tienen el gran gesto de invitarme a acampar y dejarme conectarme a internet. Una revitalizadora noticia llega a mi correo, un follower me manda una donación. En este punto debería haber seguido hacia Windhoek, pero el apoyo económico me da la oportunidad de visitar las famosas dunas del Desierto de Namib.

Invierto mi rumbo para retroceder 80 kilómetros en dirección Sur por otra pista de tierra, y alcanzar Sesriem. Parece que la fauna aprobó mi cambio de itinerario, los orix, antílopes, ñus, avestruces y cebras, toda la vida salvaje del lugar me acompañó durante cada instante.

En el camping de Sesriem me vuelve a sonreír la suerte. Conozco a un viajero estadounidense con coche propio y me ofrece acompañarle hasta las dunas. Al alba entramos en el Parque Nacional, hay 60 kilómetros de asfalto hasta llegar a las dunas más altas y está prohibido acampar, hay que entrar y salir en el mismo día lo cual hace poco viable hacerlo pedaleando. Los últimos 5 kilómetros la carretera desaparece y el terreno es tan arenoso que solo los potentes 4×4 pueden salvar el obstáculo, pero claro está, a un buen precio. Decido ahorrarme el trayecto de ida y camino 45 minutos por el desierto más antiguo de la tierra.

Cuanto más cerca estaba de llegar a Sossusvlei más evidente se hacía la magnitud de Big Daddy, la duna más grande del mundo. Me deje llevar por la emoción y los últimos cientos de metros los hice corriendo para alcanzar la base de la montaña de arena. Bajo un sol implacable empecé a escalar por la cresta, paso a paso fui ganando altura. Quería llegar a lo más alto, pero llevaba 6 días pedaleando y mis piernas no tenían la misma fuerza que de costumbre. A medio camino desistí y decidí volver a los 4×4, pero no lo iba a hacer siguiendo el mismo camino, así que acorté distancia bajando a galope por la ladera de la duna.

(Escalando las dunas del Desierto de Namib)

Después de sacar medio kilo de arena de cada bota y de nuevo en el camping, repuse fuerzas tomando el resto de la tarde para descansar. Aun me quedaban 5 jornadas para llegar hasta Windhoek y fácil nunca ha sido un sinónimo de mi aventura.

El momento más duro que tuve que superar en mi camino a la capital namibia, fue dejando atrás el desierto para entrar en la verde pradera que protege el Paso de Gamsberg. Bajo la lluvia empujé a Bucéfalo durante kilómetros colina arriba y sobre el barro. Al atardecer la lluvia me dio una tregua, encontré un lugar donde acampar, hacer una hoguera para secar la ropa y cocinar la cena…pero la lucha del día no había terminado. El lugar que escogí para dormir estaba peligrosamente cerca de unos pequeños recovecos en la montaña, donde decenas de babuinos se refugiaban del agua. El macho alfa de la manada, me dio claras señales de que si dormía allí, tendría serios problemas. Cada vez que me detenía para descansar, el macho volvía a soltar un grito fuerte, grave y ensordecedor, como si dijera “fuera de aquí”. Tuve que alejarme 2 km bajo la atenta mirada de los babuinos, con los últimos rayos de luz y cuchillo en mano. Finalmente acampé en lo alto del Paso de Gamsberg donde pude dormir con relativa calma.

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(Amaneciendo en lo alto del Paso de Gamsberg)

Por la mañana un nuevo paisaje me recibía. Todo era más frondoso y después de mucho tiempo volvía a ver árboles. Con la luz del sol los babuinos siguieron cruzándose en mi camino, pero esta vez mas asustadizos no fueron peligro alguno.

Por la noche acampé de nuevo junto a la pista de tierra, ya que todo esta vallado delimitando los extensos terrenos de las granjas. A mi alrededor pastaban las vacas y los caballos, pero mientras cocinaba mi cena con el fuego de la hoguera me pusieron muy nervioso. Estaban inquietos, corrían de un lado para otro, había algo oculto en la oscuridad que los inquietaba. Cené todo lo rápido que pude y deje la poca comida que tenía colgada de un árbol. Dentro de la tienda me sentía seguro porque a fin de cuentas, a los ojos de los animales soy un arbusto más. Mientras no duerma con nada de comida cerca, ningún depredador atacaría mi campamento.

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(Acampando en Namibia junto a la hoguera)

Después de una última paliza de 78 kilómetros consigo alcanzar Windhoek, donde me hospedo en un camping económico y juvenil, el lugar ideal para los mochileros.

Mi prioridad en la ciudad era conseguir un nuevo pasaporte, solo me quedaban un par de hojas libres, insuficientes para atravesar África. Los pasaportes solo se pueden imprimir en España y al visitar mi embajada me llevo una desastrosa noticia. Antes tardaban en llegar los pasaportes 3 días, pero debido a los recortes presupuestarios de mi país, ahora tardan 3 semanas en llegar por correo ordinario. Simplemente la idea de estar parado 21 días comiéndome las uñas me frustraba, además del enorme gasto económico que conllevaría.

Después de pagar las tasas y de que mi nuevo pasaporte estuviera en proceso de impresión en España, coordiné con DHL que cuando me notificaran que mi pasaporte hubiera llegado a Windhoek, yo les mandaría un email para ordenarles que lo fueran a recoger y enviarlo a la embajada de Harare, en Zimbabue.

Fue todo un rompecabezas porque desde España no me lo podían mandar directamente a Harare, debía recibirlo obligatoriamente la embajada que había ordenado su impresión. Además solo podían mandarlo de una embajada a otra porque debían inutilizarme el antiguo, y no tenía hojas para el visado de Zimbabue y Zambia (son una pegatina de hoja entera y obligatoriamente siempre tienes que tener una libre en el pasaporte), por lo que mis planes de llegar a las Cataratas Victoria desde Zimbabue quedaban anulados, y decidí invertir los 30 dólares de la entrada en pagar a DHL los 27 que me cobraban por gastos de envío. Creo que después de analizar todas las opciones, opté por la más complicada, económica e irónicamente, la más práctica.

Finalizada una de las gestiones más importantes del viaje, ya solo quedaba esperar que las piezas del domino fueran cayendo una tras otras mientras pedaleaba hasta Harare.

Más relajado y enfocado nuevamente en retomar la marcha, encuentro en el camping una mina de oro. Tenían un basurero de tiendas de campaña totalmente inservibles, apiladas una encima de otra. Para mi era un almacén de repuestos gratuitos y me hago con piquetas, cremalleras, fundas, gomas y varios palos con la misma medida de la estructura de mi querido hogar.

Mientras gozaba de mi buena fortuna, en el cielo se preparaba una tormenta de proporciones catastróficas. El primer día situé mi campamento en una zona que daba la sombra por la mañana, sin prestar atención a que era el lugar mas favorable para sufrir una inundación, total estaba en el desierto y en época seca.

Primero cayeron unas gotas y en pocos segundos empezó el diluvio universal. Enseguida comprendí el peligro que acechaba a todas mis pertenencias y dispuesto a protegerlas de la tormenta me hice con una pala. Estuve durante una hora achicando agua y cavando zanjas, mientras los rayos cortaban el cielo.

Fue una imagen cómica para alguno de los residentes del camping, pero para mi fue una batalla que en ningún momento me plantee perder. Conseguí en gran medida retener la inundación, pero finalmente el agua fue la vencedora. Cuando la tormenta se calmó lleve todas las alforjas y mis pertenecías a la recepción del camping donde puse todo a secar. Mi tienda de campaña paso la noche en el patio, cubierta de barro y con un palo de la estructura quebrado, mientras yo dormía en un sofá.

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(Movilizando todo el campamento después de la inundación)

Cuando crees que ya pasó todo lo malo, hay veces que hay una desgracia que se ha quedado esperando a que te confíes, para aparecer en los momentos que más débil estás y golpearte en la boca del estomago.

Mientras dormía en el sofá deje mi teléfono móvil en el suelo junto a mis chanclas. Por la mañana me desperté extrañado de haberme quedado dormido y de no haber escuchado la alarma a las 07:00 am, la razón fue sencillamente que me robaron el móvil. Confié en la seguridad del camping, pero mis sospechas son que justamente el guarda nocturno fue quien me lo robó. Revisando las cámaras de seguridad, mi teléfono estaba situado en un ángulo muerto, así que era imposible saber quien lo cogió. Solo alguien que ha estado despierto toda la noche “vigilando”, que conoce el sistema desde dentro y sabe que hay no graban las cámaras, podría cometer un robo y quedar impune.

Error, negligencia o descuido, el caso es que me quedé sin GPS y sin forma de hablar con la familia por WhatsApp. Intenté no pensar demasiado en como me las tendría que apañar de aquí en adelante, sin una herramienta que uso diariamente. Comencé a limpiar todo el barro de la tienda y mientras reparaba los destrozos de la tormenta se acerco un cicloviajero suizo, Oliver, con quien había creado amistad, y me regaló uno de los dos móviles que tenía. Enorme gesto que me devolvió la sonrisa y la esperanza.

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(Junto a Oliver, sosteniendo el teléfono móvil que me regaló)

Parece que vaya donde vaya mi presencia nunca pasa desapercibida, siempre hay algo bueno y malo que me está esperando a la vuelta de la esquina. Pero curiosamente nunca pierdo las ganas de seguir hacia delante y no es por merito propio, es la bondad y el apoyo de la gente lo que me mantiene en pie.

Después de despedirme de Oliver, de coordinar un futuro encuentro con otro compañero cicloviajero danés, Thomas, y de compartir unas cervezas con un fotógrafo español, Alberto, llegó el momento de dejar atrás Windhoek y pedalear hacia mi siguiente reto, cruzar Botsuana.

El camino a la frontera fue una recta asfaltada, llana y monótona, que de no haber sido por la abundante fauna hubiera sido tremendamente aburrida. Constantemente me anima la presencia de los facóqueros y los ñandúes, ayudé a cruzar la carretera a un par de tortugas y gracias a un babuino viví uno de los momentos más graciosos en mi paso por Namibia.

Los animales están acostumbradísimos a la presencia de los coches, pero las bicicletas inexplicablemente les causa terror, y al ser tan silenciosa hay veces que no me perciben hasta que estoy a escasos metros de ellos. Entre la frondosa y alta hierba que bordea la carretera había oculto un babuino adulto, no se percató de que estaba a punto de pasar hasta que lo tuve a menos de 10 metros. Fue entonces cuando dio un tremendo salto y empezó a correr mientras gritaba y miraba atrás, con una expresión de susto en la cara tan humana, que me desato una carcajada incontrolable.

Entrando en Botsuana atravesé la última frontera gratuita de todo mi viaje por África, a partir de aquí tendría que ingeniármelas para pagar unas tasas llevaderas para el turista, abusivas para el viajero y demoledoras para el aventurero, y es que:

“Cuando se acaba el dinero, empieza la aventura”

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Sudáfrica

Etapas:

08-29/12/2015 Descanso en Cape Town.

30/12/2015 Cape Town – Kleinmond (117 Km).

31/12/2015 Kleinmond – Gansbaai (85 Km).

01/01/2016 Gansbaai – Struis Bay (85 Km).

02/01/2016 Struis Bay – Caledon (122 Km).

03/01/2016 Caledon – Franschhoek (98 Km).

04/01/2016 Franschhoek -Morreesbury (103 Km).

05/01/2016 Morreesbury – Citrusdal (86 Km).

06/01/2016 Descanso en Citrusdal.

07/01/2016 Citrusdal – Trawal (104 Km).

08/01/2016 Trawal – Lutzville (63 Km).

09/01/2016 Lutzville – Bitterfontein (76 Km).

10/01/2016 Bitterfontein – Kharkams (92 Km).

12/01/2016 Kharkams – Springbok (96 Km).

12/01/2016 Springbok – Kleinsee (111 Km).

13/01/2016 Kleinsee – Port Nolloth (70 Km).

14/01/2016 Port Nolloth – Alexander Bay (89 Km).

15/01/2016 Alexander Bay – En mitad del Desierto (64 Km).

16/01/2016 En mitad del Desierto – Rosh Pinah (61 Km) (Entrada en Namibia).

Sudáfrica

Aterricé en Ciudad del Cabo después de veintitantas horas encerrado en aviones y aeropuertos. Estaba hecho polvo de todo el viaje, en un avión se duerme pero nunca se descansa. El equipaje estaba en orden, aunque Bucéfalo había sufrido un poco de maltratos, por suerte lo embalé y protegí a conciencia antes de facturarlo en Sao Paulo.

Por suerte John estaba esperándome, un follower sudafricano aficionado al ciclismo, que me brindó su hospitalidad durante los días que hice la puesta apunto para encarar el reto de cruzar África a puro pedal.

John me llevó en coche hasta su casa en un barrio muy tranquilo, a 30 kilómetros al Sur del centro de Ciudad del Cabo. En su propiedad tiene una antigua escuela que a convertido en un hotel. Me dejó ocupar una habitación con baño privado y agua caliente, además tenía cocina, piscina, espacio y tiempo para reorganizarlo todo. Es un privilegio que empecé a disfrutar durmiendo 12 horas seguidas.

Por la noche cené con John y su familia, su esposa Talitha y su hija Lulu. Aun estaba con la cabeza enfrascada por el viaje y el jet lag, pero sobretodo asimilando que ya estaba en África. Después de más de un año hablando Español en Latinoamérica, volvía a utilizar mi oxidado inglés.

La primera semana la pasé tranquilamente. Comiendo y durmiendo bien, actualizando mi web y las redes sociales, organizando fotos, vídeos y diarios para publicar, limpiando toda la ropa y el equipo, repasando todo el material y terminé haciendo una larga lista de cosas que necesitaría para cruzar el cuarto y último continente del viaje.

Con el dinero recaudado en el Crowdfunding pude comprar: Linterna, pilas, un pantalón, un par de camisetas de manga larga para pedalear, calcetines, unas botas nuevas, ropa interior…llevaba más de un año sin comprarme ropa. Encargué a una tienda de Holanda dos cubiertas Schwalbe Marathon Mondial 700x40C y un portaequipajes trasero Tubus. Me hice con crema solar, repelente de mosquitos, cinta americana, guantes de ciclismo, dos caramañolas de aluminio, kit de reparación para pinchazos y bridas. Bucéfalo paso por el taller para recibir un mantenimiento exhaustivo. Le cambiamos los piñones, la cadena, alineamos las dos llantas, apretamos los radios, cambiamos los frenos y me llevé 10 radios, dos juegos de pastillas de frenos y dos cámaras de repuesto. En cada recado, en cada compra y en cada paso de la preparación sentía que estaba comenzando un nuevo viaje, y de hecho así era.

Los días fueron apacibles y tranquilos, aunque una mañana hablando con uno de los pintores que estaba restaurando la fachada del edificio, vimos como una serpiente Boomslang intentaba entrar a la cocina por la ventana. Nos ayudamos de un palo para dirigir a la venenosa serpiente lejos de la casa, aun no había dado ni una pedalada y me había topado con mi primera aventura.

Diario Sudáfrica.1

(Sacando la serpiente Boomslang)

Los neumáticos y el portaequipajes que encargué tardaban demasiado en llegar. Los enviaron por correo ordinario ya que era la opción más económica, pero el retraso se debía especialmente a que las navidades estaban a la vuelta de la esquina y el servicio postal es más lento de lo que suele ser.

Sin darme cuenta llegó el 24 de Diciembre, y digo sin darme cuenta porque con días soleados y 30ºC me es complicado ubicarme en tan señaladas fechas. A pesar de echar más que nunca en falta a mi familia y amigos, viví mis terceras navidades del viaje junto a John y su familia, disfrutando de la nueva experiencia. Durante la cena tuvieron el precioso detalle de dejarme un regalo bajo el árbol, una camiseta con un repelente de mosquitos para las noches africanas que me deparaban. Curiosamente cada navidad del viaje las he pasado en un continente diferente. Después de vivirlas en Asia, América y África, espero que las próximas sean en Europa.

Diario Sudáfrica.2

(Pasando las navidades en Ciudad del Cabo con John y su familia)

A dos días de fin de año Talitha recibió un mensaje en su teléfono móvil, el envío ya había llegado a la oficina de Ciudad del Cabo. Mientras John conducía hacia el centro de la ciudad, solo podía pensar en que me depararía esta nueva aventura, que sorpresas me tenía preparadas y que obstáculos tendría que superar. Después de tanto tiempo viajando y de afrontar tantas complicaciones, quien me iba a decir a mi que estaba apunto de emprender el viaje de vuelta a casa cruzando África en bicicleta.

Nada más volver a casa de John instalé los nuevos neumáticos, y escribí en ellos los 64 nombres de los Crowdfunders que me habían dado la oportunidad de seguir luchando. Acoplé el nuevo portaequipajes y con el antiguo en la mano pude ver lo verdaderamente destrozado que estaba. Me lo dieron de regalo al comprar las alforjas antes de empezar el viaje, y recuerdo como el dependiente me dijo: “Ese portaequipajes solo te vale para salir del paso”, y justamente eso mismo ha hecho, salir del paso durante 48.000 kilómetros y numerosas caídas.

John hizo una barbacoa de despedida y casi no encontraba las palabras para agradecerles todo lo que hicieron por mí esas 3 semanas. Con la salida del sol empezaba mi aventura por África y di la primera pedalada. Puse rumbo en dirección Sureste para visitar el punto más al Sur del continente, el Cabo de las Agujas, situado a 300 kilómetros de Ciudad del Cabo.

Diario Sudáfrica.3

(Empezando el viaje por África)

El calor era intenso y el sol pegaba muy duro. Estrenaba mi nuevo sombrero que fue un regalo de un venezolano que conocí en mi última noche en Sao Paulo, y juntos le dimos el nombre de Caipiriño.

No fui muy prudente al pedalear con tanta fuerza después de un parón tan largo, pero el cuerpo me lo pedía. Al atardecer inicié mi primera búsqueda del campamento en África, pregunté en un par de hostales haber si me dejaban acampar en el jardín pero no hubo suerte. Terminé pedaleando 15 kilómetros de noche para llegar a un camping, en el que tampoco me permitieron entrar porque las oficinas estaban cerradas, ordenes del jefe, así que decidí acampar en la entrada y punto. Por la mañana hablé con el dueño a ver si podía utilizar los baños, pero no me dejó porque no había pagado.

La segunda jornada fue a la vez el último día del año. Mi intención era llegar hasta el Cabo de las Agujas, pero el largo periodo sin pedalear unido a la dura marcha que llevé el día anterior derivó en un agudo dolor en la rodilla izquierda, mi pierna dominante. Había forzado mucho los tendones en mis primeros kilómetros en África.

Bastante dolorido y con el viento en contra conseguí abarcar 85 kilómetros. Llegué a un camping que estaba totalmente lleno, pero que me recibió con una energía muy acogedora. La dueña me invitó a acampar sin coste alguno, puse mi hogar portátil al lado de una familia que me invitó a cenar, brindamos todos juntos y les enseñé como recibimos el año en España: Comiendo las doce uvas por cada campanada del reloj de la Puerta del Sol, eso si, imitando las campanadas con una cuchara y una botella vacía. Ya puedo estar en cualquier parte del mundo, que yo el 31 de Diciembre me tomo mis doce uvas, si o si!

Diario Sudáfrica.4

(Preparado para recibir el año con las uvas, y para brindar un vino barato aunque rico)

El primer día del año, alcanzo Struis Bay después de haber palpado mi primera pista de tierra atravesando el Parque Nacional de las Agujas. La rodilla me da menos problemas en esta jornada y paso la noche acampado junto a la playa. Por la mañana fui a desayunar al punto más al Sur del continente, donde se unen los Océanos Atlántico e Índico. Es en este lugar donde ubiqué mi kilómetros cero en África, decidido a luchar por conectarlo con Alejandría a base de pedaladas.

Diario Sudáfrica.5

(En el punto más al sur del continente africano)

Con nuevo rumbo el terreno cambió. Yendo hacia el norte las colinas no dejaron que mi rodilla se recuperase, parecía una broma de mal gusto empezar con esta complicación. Los días transcurren con un calor demoledor, el termómetro se fijaba durante varias horas en los 45ºC y había momentos que alcanzaba los 50º C. El sol rebasa el horizonte a las 05:30 am, y a las 06:00 am el interior de la tienda es un horno. Mi cuerpo necesita en esas condiciones un litro de agua a la hora. Empiezo a disminuir poco a poco el agua que ingiero para curtir el cuerpo y prepararlo para Namibia. Finalmente disminuyo la cantidad a la mitad.

Diario Sudáfrica.6

(El sol no perdona en África)

Escalo mi primer puerto de montaña y siento la rodilla totalmente recuperada. Me invitan a acampar y a cenar en un B&B. Parece que la experiencia de mi primera noche en ruta, fue simplemente que me crucé con los tres únicos antipáticos de Sudáfrica. Estaba volviendo a coger el ritmo y a sentir la energía a la que estoy acostumbrado. Pero cometí un serio error antes de salir de Ciudad del Cabo y lo iba a pagar caro.

Intentando estirar el dinero del Crowdfunding, me arriesgué a no cambiar los pedales con la esperanza de que aguantaran un par de meses más, a pesar de que sabía que estaban muy dañados. Terminando una etapa se cayó el pedal derecho después de moler la rosca del plato. Lo que me podría haber salido barato ahora me saldría caro.

Después de empujar 15 kilómetros, llegué a un puesto de policía donde me apañaron un pedal con un tornillo largo y un par de tuercas. Pedalee 23 kilómetros más hasta el siguiente pueblo donde cambié los pedales y el plato. Con la ultima visita de Bucéfalo al taller y unos pedales que ya no chirriaban, seguimos cruzando largas pistas de tierra.

Diario Sudáfrica.7

(Improvisando un pedal con un tornillo y dos tuercas)

Una noche terminé acampando junto a un pueblo y recogiendo agua de una tubería rota. Antes de dormir se me acercó un señor que de casualidad me vio con la última luz del atardecer. Fue bastante pesado hablándome de su vida, me contó que estuvo en la cárcel por drogas y me pidió que le invitara a una cerveza, después me pidió directamente dinero y le dije a todo que no. Antes de irse me lanzó un aviso-amenaza: “Ten cuidado que esta noche te pueden asaltar”. Tengo mucha paciencia pero cuando esta se me acaba dejo de ser educado, así que le hice saber mi aviso-amenaza: “Solo tú sabes que estoy aquí durmiendo, si algo me pasa, ya se a por quien tengo que ir”. Nadie más vino a molestarme en toda la noche, pero no dormí nada bien. Por la mañana recordé como intuí días antes que el pedal me daría problemas y decidí no hacer nada, de la misma forma que intuí un grabe peligro al no mover mi campamento después de tal aviso-amenaza y tampoco hice nada. Siempre digo que hay que hacer caso a tus instintos y yo mismo me salté la norma en dos ocasiones, pero ya no más. Parece que el largo letargo para cruzar el Atlántico me había hecho olvidar ciertas lecciones del viaje, y poco a poco las estaba aprendiendo de nuevo.

Después de varios días desconectado conseguí wifi la noche que dormí en Springbok, y leí un mensaje de Javier Bicicleting, con quien mantenía el contacto desde hacia meses. Estábamos coordinando un encuentro y todo apuntaba a que era el mensaje definitivo. Él estaba bajando en dirección Sur desde la frontera con Namibia e iba a hacer noche en Kleinsee, un pueblo que solo me quedaba a 110 kilómetros en dirección Oeste.

A buen ritmo pedalee los primeros 45 kilómetros por asfalto. Me crucé con los primeros babuinos del viaje, un macho enorme y dos hembras corriendo por el desierto. Los restantes kilómetros fueron por una pista de tierra bastante desastrosa, atravesando colinas, bancos de arena y con el viento en contra. No tenía mucha agua ni comida pero estaba clarísimo que el esfuerzo merecería la pena.

Cayó el sol y me rodeó la oscuridad. Alcancé al pueblo minero sin saber donde encontraría a mi compañero, así que los últimos kilómetros gritaba a cada minuto: “¡¡¡Españaaaa!!!”, esperando alguna respuesta en la silenciosa llanura. Atravesé una solitaria calle a las 22:00 pm y a lo lejos vi una pequeña luz moverse a medida que se acercaba…era mi tocayo que había salido a mi encuentro!! Bicicleting había llegado varias horas antes y la policía le había dado las llaves de una casa deshabitada para que nos sirviera de refugio.

Después de tantos meses hablando a través del ordenador el abrazo del encuentro fue mas que merecido. El acontecimiento se podría catalogar como único en el cicloviaje: Ambos somos Españoles y de Madrid, ambos llevamos una bicicleta Orbea Ravel y estamos dando la vuelta al mundo, sumamos entre los dos más de 100.000 kilómetros, y para rematar la faena ambos nacimos en la década de los ’80 y nos llamamos Javier. Coincidencias que nos hizo sentir que éramos amigos de toda la vida.

Javier Bicicleting estaba finalizando su viaje por África y el mío acababa de empezar. Mientras cenábamos compartimos muchas vivencias y me dio valiosos consejos. Me contó como era su viaje, y la verdad es que sentí bastante envidia de lo bien montado que lo tenía. Es fotógrafo profesional y periodista, vende artículos a revistas, recibe material de varias firmas y económicamente se mantiene. Básicamente vive viajando porque ha sabido como hacerlo, mientras que yo sobrevivo viajando. Aun no he podido descifrar porque a pesar de todo mi esfuerzo nunca he conseguido trabajar con una revista. Le di muchas vueltas a la cabeza antes de dormirme.

Por la mañana intenté abrir la puerta y rompí la llave, así que sacamos las bicis y todas las bolsas por la ventana, fue nuestra última anécdota juntos. Antes de despedirnos nos sacamos la foto de la victoria que quedará inmortalizada para la eternidad.

Diario Sudáfrica.8

(Javier Bicicleting & Colorado On The Road)

Las dos siguientes noches dormí en Port Nolloth y en Alexander Bay, a solo 12 kilómetros de la frontera con Namibia. Llegué al puesto fronterizo de Orajemund bien temprano, cancelé el visado de Sudáfrica, crucé el puente que atraviesa el Río Orange y estampé el visado de Namibia en mi pasaporte. Pero la carretera asfaltada que me llevaría hasta Rosh Pinah es propiedad de una empresa minera de diamantes, y me prohibieron pedalear por ella. Demasiados camiones me decían, no es seguro para ti. Así que tuve que volver a Sudáfrica para remontar el río Orange 80 kilómetros por unas pistas de tierra nefastas, hasta llegar al siguiente puesto fronterizo.

Bajo un ataque de testarudez me negué a regresar a Alexander Bay a por provisiones, sabiendo que tendría que hacer noche en le desierto. Al principio estuve más tiempo empujando a Bucéfalo que montándolo, hasta que cayó la tarde y poco a poco el calor aflojó a medida que la pista de tierra mejoraba.

Pasé la noche en lo alto de una meseta envuelto por el silencio y bajo el cielo estrellado. Cené lo último que me quedaba de comida y racionalicé el agua para la batalla del día siguiente.

Diario Sudáfrica.9

(Atardecer en el desierto)

Con el sol de nuevo en el horizonte inicié la marcha en ayunas antes de que el calor empezara a golpear. Fui bastante lento mientras empujaba en los bancos de arena y roca, en pocos tramos el terreno me permitía pedalear. Por suerte pasó un coche de policía que me dio dos litro de agua para los 30 kilómetros que tenía hasta la frontera. Después me ofrecieron remolcarme y agradecido les dije que no, me sobraban ganas de luchar.

Diario Sudáfrica.10

(Derrape en la arena)

La llegada a la frontera fue más amena pedaleando por una pista de tierra firme, y rodando a buena velocidad. Subí a una pequeña embarcación con la que crucé el Río Orange y por fin pisé Namibia. Pero aun tenía más de 31 kilómetros hasta el siguiente pueblo, Rosh Pinah. A pesar de estar molido, hice ese último tramo con tranquilidad y constancia. Finalmente llegué a la primera gasolinera donde bebí abundante agua mientras caía la noche.

Diario Sudáfrica.11

(Cruzando el Río Orange)

Había una larga cola para pagar  en la tienda, pero se me hizo llevadera. Una vez pude volver junto a Bucéfalo me senté en el suelo y preparé unos bocadillos, no había comido absolutamente nada en todo el día y había superado una etapa extremadamente dura y larga, pero comí sin ansia. Estaba feliz, sonreía mientras me sacudía el polvo de la ropa…había vuelto. La larga parada en Santos y Ciudad del Cabo me habían dejado dormido, pero por fin había despertado la inagotable fuerza que nunca me deja rendirme, que nunca me permite detenerme y que pase lo que pase siempre quiere que avance…había vuelto a ser yo!

“Si intentas ser mejor que los demás…al final siempre encontraras alguien que te supere.

Si luchas por ser mejor de lo que fuiste ayer…al final siempre te encontraras superándote a ti mismo.”

Diario Sudáfrica.12

Mi primera frontera en África:

Uruguay

Etapas:

27/07/2015 Buenos Aires – Carmelo (Entrada en Uruguay) (43 Km).

28/07/2015 Carmelo – Colonia del Sacramento (86 Km).

29/07/2015 Colonia del Sacramento – Nueva Helvecia (73 Km).

30/07/2015 Nueva Helvecia – Ecilda Paullier (20 Km).

31/07/2015 Ecilda Paullier – Canelones (92 Km).

01/08/2015 Descanso en Canelones.

02/08/2015 Descanso en Canelones.

03/08/2015 Canelones – Montevideo (61 Km).

04/08/2015 Descanso en Montevideo.

05/08/2015 Descanso en Montevideo.

06/08/2015 Descanso en Montevideo.

07/08/2015 Descanso en Montevideo.

08/08/2015 Descanso en Montevideo.

09/08/2015 Descanso en Montevideo (57 Km).

10/08/2015 Montevideo – Las Flores (94 Km).

11/08/2015 Las Flores – San Carlos (83 Km).

12/08/2015 Descanso en San Carlos (10 Km).

13/08/2015 San Carlos – Rocha (71 Km).

14/08/2015 Rocha – Castillos (61 Km).

15/08/2015 Castillos – Barra do Chuí (Entrada en Brasil) (95 Km).

Uruguay

Después de hacer tierra en el puerto de Carmelo, todos los pasajeros esperamos a pasar el control de aduanas y yo me puse en último lugar con Bucéfalo.

Por primera vez había alguien que me estaba esperando para recibirme, un follower uruguayo con quien mantenía el contacto desde que estaba por Perú. En Buenos Aires ya coordinamos nuestro encuentro y decidió venirse pedaleando 220 kilómetros desde Canelones, su ciudad natal, hasta el puerto para darme la bienvenida a su país. Antes de pasar el control de aduanas José Fernando Pou se abalanzo para abrazarme y entregarme una bandera de su querido Uruguay. El policía aduanero se sumo a la bienvenida sellándome el pasaporte con una sonrisa de oreja a oreja.

Diario Uruguay 1

(José Pou recibiendo a Colorado On The Road en el puerto de Carmelo)

En ese momento viajaba con un exceso de peso por el tremendo cansancio acumulado y el sueño atrasado. Ya era de noche y Pou me guió a un Hostel que pago hospitalariamente, feliz de que por fin nos conociéramos. Coincidimos en nuestra habitación con un viajero alemán, Dennes, quien se unió a un viajecito rápido al supermercado para comprar algo de cena y una cervecita de la victoria. A pesar del buen ambiente mis parpados no duraron mucho abiertos y me fui al sobre antes de que marcaran las 22:00 pm.

Por la mañana me sentía algo mas descansado, pero mis baterías estaban lejos de estar al 100%. Después de meterme entre pecho y espalda un desayuno equiparable al de un elefante, nos pusimos en marcha para hacer una entrevista en Radio Carmelo.

José Pou estaba profundamente motivado a dar presencia al cicloviaje en Uruguay, y ya llevaba mas de 3000 kilómetros rodados en su tierra. A través de la difusión mediática juntos lucharíamos por tan positiva iniciativa.

La entrevista en directo duró a penas una hora, y sin perder tiempo nos pusimos en marcha para recortar distancias hasta Canelones. Pronto me di cuenta del impresionante ritmo de este atleta de 40 años, al que prácticamente le saco una cabeza de estatura y que viaja sin una alforja en la bicicleta, todo su equipaje lo lleva en un remolque que arrastra como si estuviera hecho de papel. En vez de un corazón parecía que tenia un motor de 12 válvulas.

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(José Pou y Colorado On The Road pedaleando por Uruguay)

La carretera atravesaba un mar de colinas sin una sola recta en todo el trayecto. Mi ritmo era lento pero constante, pero el eléctrico Pou me adelantaba para sacarme fotografías en movimiento, lo rebasaba cuando paraba pero enseguida volvía a sobrepasarme para realizar nuevas fotografías. Viajaba con un atento anfitrión que además se convirtió en mi fotógrafo personal, dejando unas imágenes que para mi son imposibles de realizar con el temporizador de mi cámara.

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(Fotografía de José Pou)

En la primera parada de descanso nos tiramos a reposar las piernas en el césped de una gasolinera. Teníamos el viento a favor pero el cansancio acumulado y las constantes colinas me estaban destrozando. Parecía que la juventud se estaba evaporando de mi cuerpo. Entonces vimos a lo lejos a una solitaria ciclista escalando una colina, portaba ligero equipaje y el viento le venia de cara. Nos vio y se acerco para charlar.

Noelia, una joven uruguaya de 21 años que viajaba sola desde Montevideo hasta el pueblo de sus padres. Se sentó a mi lado anonadada con la experiencia que estaba viviendo desde hacia casi dos años, ilusionada de conocer a un aventurero. Mi rostro reflejaba fatiga mientras que el suyo brillaba con el sol. Me fue imposible no abrirla la puerta de mis frustraciones, de cómo este viaje me estaba aplastando emocionalmente en ese momento. No todo es alegría y felicidad, rodar en la carretera al ritmo del Reggae y cantar el Cumbayá. Es raro que pase, pero cuando te vienes abajo es un regalo del cielo tener a alguien que te escuche. La cercanía con mi madre y mis tres hermanas, siempre me ha hecho sentir seguridad a la hora de abrirme como un libro y volver visibles mis inquietudes a una mujer. Noelia me dio el rayo de luz que necesitaba.

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(Noelia y Colorado On The Road)

Después de despedirnos y con la promesa de reencontrarnos en Montevideo, seguimos pedaleando cada uno con la mirada fija en su meta. Me sentía mucho mejor y eso se notó en mi forma de pedalear y bromear con José Pou. Llegamos a buen ritmo hasta Colonia del Sacramento donde Pou había conseguido una noche gratis en un hostel del centro. Compramos una buena cena, cocine para los dos y después de estar bien alimentados disfrutamos de la compañia de otros viajeros.

Por la mañana, después de haber dormido casi 12 revitalizantes horas, hicimos una nota de prensa para la televisión y nos pusimos en marcha. Al final de la jornada llegamos a Nueva Helvecia, donde nos hospedó un amigo de Pou al que todos conocen como “El Comba”. Un personaje que nos deleito con un buen asado y unas conversaciones que nos arrancaron mas de una carcajada. Hasta el momento mi viaje por Uruguay tuvo un inmejorable comienzo, pero el desarrollo de cada día lo estaba volviendo perfecto.

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(El Comba)

Al amanecer el cielo nos despertó con lluvia, pero aun así decidimos avanzar. A unos escasos 20 kilómetros de etapa nos vimos obligados a parar en una estación de servicio. La lluvia no cesaba y la visibilidad en la carretera era preocupante. El propietario de la gasolinera nos invito a pasar la noche en la zona techada del garaje, al cobijo de la tormenta. Cuando una persona ayuda a un viajero, hay veces que se embala cuando la puerta de la hospitalidad se queda abierta. Esto lo he vivido muchísimas veces y esta fue una de esas situaciones.

El señor empezó con la invitación a dormir en el garaje, luego nos trajo unas sillas para que estuviéramos mas cómodos hasta que llegara la noche, después vino la contraseña del wifi seguida de una merienda. La faena la remato con una cena que te hace bailar los jugos gástricos antes de dar el primer bocado, acompañada de una cervezaza para pasar el chorizo. Al amanecer una taza de café tan grande que puedes nadar en ella seguida de unos dulces, y un tierno abrazo de despedida que le calienta a uno el corazón. Jamás he estado tan agradecido de que lloviera.

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(Durmiendo en el garaje de la vía de servicio)

La tormenta nos dio una tregua y pedaleamos los 92 kilómetros que nos separaban de Canelones. A la llegada hicimos una nota en el programa de televisión “El Surtidor” que llamó mucho la atención a los canarios. Ya en la casa familiar de José Pou, su padre nos preparó un asado de bienvenida, y en la sobremesa me cuenta las proezas de los uruguayos. El histórico partido del Maracaná en el que Uruguay ganó la final del Mundial de futbol en 1950 o más conocido como el Maracanazo, y me mostró el autógrafo del autor del gol de la victoria Alcides Edgardo Ghiggia. Me habló de la famosa historia del accidente aéreo en Los Andes en el que un equipo de rugby uruguayo junto a familia y amigos llevaron acabo una de las mas extremas historias de supervivencia, y como cada año de un país de 3 millones de habitantes salen jugadores de futbol de categoría mundial.

La verdad es que ya había escuchado hablar de todo esto, pero jamás con la pasión con la que lo narra un uruguayo. Le hace a uno pensar ¿Qué tendrán los uruguayos para ser tan guerreros? El misterio sigue abierto.

El sábado lo pasamos visitando el mercadillo por la mañana, y tomando mates por la tarde en el monumento a la bandera junto a otros ciclistas. El domingo aproveché para repartir postales y recaudar algo de fondos para continuar el viaje, la respuesta fue cálida y cercana.

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(Paseando por el mercadillo el Sábado y repartiendo postales en el Monumento a la Bandera de Canelones el Domingo)

El lunes pedalee hasta Montevideo con José Pou, donde nos estaba esperando Noelia para recibirnos en casa de sus tíos. Pase una semana tranquila en la capital en la que hubo tiempo para todo. Trabajar con el ordenador, salir a caminar por la ciudad, despedirme de Dennes el viajero alemán que conocí en Carmelo, un par de salidas nocturnas con las amigas de Noelia y rematé la visita pedaleando con Masa Critica por todo Montevideo.

Seguir adelante en el viaje suponía volver a mi rutinaria vida de nómada, y esta vez se me juntarían muchas despedidas. En poco tiempo había creado un fuerte lazo de amistad con José Pou, Noelia y Dennes, pero la vida del viajero es así. Siempre es mejor no pensarlo en el momento, ser alegre y agradecido con el destino que unió los caminos y avanzar mirando hacia delante.

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(Dennes, José Pou, Colorado On The Road y Noelia en Montevideo)

Salí de Montevideo pedaleando por la costa y la primera noche acampé frente al mar. El sol no brillaba al amanecer, la lluvia y el viento hicieron que cambiara de estrategia y me alejara de la costa buscando mejores condiciones para pedalear. Con la noche ya encima y la tormenta acercándose, instalé mi campamento a un lado de la carretera a las afueras de San Carlos. Cuando ya estaba dentro de la tienda de campaña empezó a llover y ya no paró.

Llovía, llovía y llovía hasta que se hizo de día y aun seguía lloviendo. Por la mañana espere despierto cuatro horas a que el tiempo me diera un respiro, aunque solo fuera para recoger la tienda de campaña, pero nada.

Al final levante el campamento mientras todo se mojaba. No estaba siendo un buen comienzo, así que decidí cederle la batalla al clima y retroceder hasta San Carlos donde busqué la estación de bomberos para que me hospedaran una noche. Tras una ducha caliente, una buena comida y la ropa secándose, me senté a descansar hasta el día siguiente.

Por la mañana todo estaba más calmado, aunque los accesos a la ciudad estaban inundados. El primer tramo de carretera que atravesé estaba totalmente cubierto por el agua, pero fue fácil salir y continuar la marcha. Había ganas de avanzar.

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(Colorado On The Road con los bomberos de San Carlos)

Llegué a Rocha a muy buena hora de la tarde. Bruno y su pareja Yeyo, uno de mis primeros followers de mi canal de YouTube, me estaban esperando para recibirme. Me invitaron a su casa donde preparamos un asado para cenar, tomamos una cerveza mientras hablaba del viaje y contaba historias, aunque la verdad es que se las sabían todas. Por la mañana me llenaron las alforjas de bocadillos y fruta para todo el día, y continué restando distancia hasta la frontera con Brasil.

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(En casa de Bruno y Yeyo)

Apenas duro una hora el buen tiempo hasta que empezó a llover a mares, no estaba teniendo ni un día de tregua. Constantemente estas atravesando colinas y nunca vas en plano, o estas subiendo o bajando. Llueve y hace frio, la bicicleta pesa mucho más porque todo esta empapado y el viento te acaba dando la ultima alegría. En esos momentos uno intenta visualizar como sería el día perfecto para viajar, que condiciones se darían y cuando se darían todas a la vez. Es absurdo esperar a que se de un día así, porque cuando estas viviendo un sueño tan grande, todos los días son perfectos para pedalear. Esta es una de las razones por las que siempre he sido capaz de enfrentarme a tantas situaciones difíciles.

A la tarde siguiente alcancé la frontera con Brasil en el paso de Chuy. Ya solo me quedaba un país para completar todo mi recorrido por el continente americano. Me despedía de hablar español y era hora de ver como me las arreglaría con el portugués. Después de un año de viaje por Latinoamérica ya era momento de cambiar de aires. Mucho he pedaleado desde Vancouver y pronto tendría que solucionar una difícil situación, cómo cruzar el Océano Atlántico para llegar a África. Es difícil saber la respuesta cuando apenas llevas dinero para comer, aunque la opción de viajar en barco parece la más esperanzadora. Pase lo que pase, de una forma o de otra, siempre hay que seguir hacia delante y jamás dejar de luchar!

“Pregúntate si lo que estás haciendo hoy,

te acerca al lugar en el que quieres estar mañana”

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Chile

Etapas

18/04/2015 Ollagüe – Ascotan Viejo (70 Km).

19/04/2015 Ascotan Viejo – Calama (137 Km).

20/04/2015 Descanso en Calama.

21/04/2015 Calama – Alto Carmen (84 Km).

22/04/2015 Alto Carmen – Antofagasta (117 Km).

23/04/2015 Descanso en Antofagasta.

24/04/2015 Descanso en Antofagasta.

25/04/2015 Descanso en Antofagasta.

26/04/2015 Antofagasta – Desierto de Atacama (113 Km).

27/04/2015 Desierto de Atacama – Taltal (132 Km).

28/04/2015 Taltal – Desierto de Atacama (85 Km).

29/04/2015 Desierto de Atacama – Chañaral (64 Km).

30/04/2015 Chañaral – Caldera (99 Km).

01/05/2015 Caldera – Copiapó (100 Km).

02/05/2015 Copiapó – Vallenar (126 Km).

03/05/2015 Vallenar – Domeyko (52 Km).

04/05/2015 Domeyco – Inchawasi (43 Km).

05/05/2015 Inchawasi – La Serena (109 Km).

06/05/2015 La Serena – Socos (101 Km).

07/05/2015 Socos – Huentelauquén (114 Km).

08/05/2015 Huentelauquén – Pichidangui (74 Km).

09/05/2015 Pichidangui – Catapilco (67 Km).

10/05/2015 Catapilco – El Molino (48 Km).

11/05/2015 El Molino – Santiago de Chile (29 Km).

12-26/05/2015 Descanso en Santiago.

27/05/2015 Santiago – Rancagua (109 Km).

28/05/2015 Rancagua – Curicó (103 Km).

29/05/2015 Curicó – Linares (113 Km).

30/05/2015 Linares – Chillán (104 Km).

31/05/2015 Chillán – Monte Águila (73 Km).

01/06/2015 Monte Águila – Los Ángeles (64 Km).

02/06/2015 Los Ángeles – Cuesta La Esperanza (42 Km).

03/06/2015 Cuesta La Esperanza – Lautaro (92 Km).

04/06/2015 Lautaro – Loncoche (110 Km).

05/06/2015 Loncoche – Los Lagos (89 Km).

06/06/2015 Los Lagos – La Unión (60 Km).

07/06/2015 La Unión – Agua Buena (60 Km).

08/06/2015 Agua Buena – Entre Lagos (35 Km).

09/06/2015 Entre Lagos – Paso de Samoré (62 Km).

10/06/2015 Paso de Samoré – Villa Angostura (Entrada en Argentina) (45 Km).

Chile

Conseguí llegar al paso fronterizo de Ollagüe con la escasa luz del atardecer, y entré en Chile con el frío y la oscuridad de la noche. Caminé por las solitarias calles de la ciudad buscando cambiar el poco dinero boliviano que me quedaba y algo de comida que comprar. Encuentro una tienda, con el cambio de moneda y los elevados precios chilenos en comparación a los bolivianos, me da para unas galletas y un litro de leche.

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(Entrada en Chile por el Paso de Ollagüe)

El dueño de la tienda me ofrece acampar en un cobertizo de su casa, mas protegido del viento, el frío y las nocturnas heladas de las montañas andinas. Recibí la invitación como un rayo de esperanza. A 3660 msnm las noches invernales consiguen que duerma hecho una pelotita dentro de mi tienda.

Por la mañana caliento mis entumecidos músculos y me pongo en marcha. Busco un cajero inexistente que esperaba encontrar, y sin cajero no hay dinero, sin dinero no hay comida. Por delante 200 kilómetros inhabitados a través de las montañas hasta llegar a Calama donde resolvería este problema. Me recomiendan que me deje remolcar por un camión pero no logran convencerme, soy así de cabezón.

Empiezo a pedalear con el estomago llego de esperanzas e ilusiones, pongo un cartel detrás de la bicicleta en el que escribo: ¨Sin Comida¨. Avanzo 50 kilómetros y encuentro una minera donde la cantina tiene mucho movimiento, es la hora de la comida y me acerco a ver si consigo algo. Cuando me planto en la puerta de la cocina, esta se abre antes de que llegue a tocarla saliendo un minero tocándose el estomago completamente lleno de deliciosa comida. Lo saludo, me presento y voy directamente al grano: “¿Os sobra algo de comer?” Llaman al cocinero y cuando se acerca solo pude decir: “Colega, tengo más hambre que el perro de un ciego”. Todos ríen, dos de ellos me agarran del hombro… “Entra amigo, aquí tenemos comida de sobra para todos”. Acabo comiendo dos platos de arroz, ensalada, sopa, pescado, carne, un litro de zumo y plátanos para el camino, casi me como hasta el mantel!!!

Me despido con un tierno y agradecido abrazo para seguir pedaleando. El viento empieza a soplar con mucha fuerza, el frío que arrastra me hiela la cara y las manos a medida que impacta mi cuerpo, avanzo lento y las horas de luz son cortas. A cada minuto la idea de dormir en un refugio y de conseguir cena se desvanece, pero los últimos esfuerzos de la jornada me llevan a encontrar otra minera. Muchos dirían que fue un golpe de suerte, y coincido. La suerte es de todos, pero la buena suerte es solo del que sigue adelante, del que la busca y del que lucha por encontrarla.

Me acerque a la cantina donde me dieron de cenar, acampé al cobijo del viento entre los muros de una iglesia clausurada y me dormí con el estomago lleno de comida calentita.

Con el alba me pongo en pie y equipo a Bucéfalo lo antes posible, el viento tiene su horario y tengo que utilizarlo a mi favor. Desde el amanecer hasta las 12:00 del medio día, sopla en dirección Oeste, hacia donde va mi camino, pero pasada esta franja horaria cambia drásticamente de sentido para soplar en dirección Este.

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(Colorado On The Road camino a Calama)

Cuando estoy a tan solo 50 kilómetros de Calama las energías vuelven a fallarme. Desde La Paz no he parado de avanzar y atravesar el Salar de Uyuni fue una dura prueba. Me paro a descansar, pero simplemente sentir el viento me desanima, es como pedalear contra un muro. Saboreo el último plátano que me queda de la cantina, y una furgoneta se detiene, me saluda mientras saca una bolsa por la ventanilla. Me acerco corriendo, converso con ellos mientras abro la bolsa y la veo llena de comida. Resulta que me adelantaron dos horas atrás, leyeron el cartel de “Sin Comida” de la bici, y cuando volvían de la ciudad esperaban encontrarme para regalarme la bolsa.

El litro de zumo, las galletas y manzanas alimentaron mi cuerpo, pero ese solidario acto fue lo que me lleno de ánimo. Conseguí llegar a Calama, saque parte del dinero que me quedaba y busque un hostel. Durante dos días comí, dormí, volvía a comer y volvía a dormir, estaba agotado.

Antes de retomar la marcha tenia que cuidar de Bucéfalo, el pobre también necesitaba cuidados. Empecé limpiándolo cuidadosamente para quitarle toda la sal y el barro que tenía acumulado. Pero haciéndole el mantenimiento encontré una fisura en la llanta de la rueda trasera. No tenía muy buena pinta.

La llanta la compré en Washington hacia ya 22.000 kilómetros. Las pistas de tierra y roca atravesando Los Andes Centrales la habían llevado a su fin. La solución mas lógica hubiera sido comprar una nueva, pero solo en Santiago de Chile encontraría el repuesto necesario. Mientras seguía examinando la fisura solo pude susurrarla: “Aguanta guerrera, aguanta 1600 kilómetros más”.

Vuelvo a la carretera algo mas descansado, necesito ver mar y cambiar de paisaje durante unos días. El trayecto hasta la ciudad costera de Antofagasta fue bastante tenso en muchos tramos, la carretera era muy estrecha y no había espacio para el ciclista. Los camiones que transportaban acido sulfúrico para la industria minera, en varios de sus numerosos adelantamientos estuvieron a punto de llevarme por delante. No frenaban, no se desviaban ni un milímetro, simplemente les daba igual.

Finalmente consigo llegar a Antofagasta y me instalo en un tranquilo camping en la zona Sur de la ciudad, donde me preparo para pasar unos días durmiendo con el sonido de las olas, relajándome con la brisa marina y trabajando con el ordenador.

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(Llegada a Antofagasta)

Veo una señal en repetidas ocasiones y que despierta mi inquietud: “Peligro de Tsunami”. Con el campamento ya en orden, me acerco a una tienda a comprar la cena, le pregunto al encargado y me da las instrucciones precisas en caso de haber un temblor de tierra. Las sirenas de emergencia empezarían a sonar, hay un margen de 20 minutos para dejarlo todo y subir a la colina mas cercana para sobrevivir a la inminente ola que arrasaría la costa.

Esa misma noche mientras dormía, sentí la tierra moverse violentamente, sacudir mi cuerpo tumbado sobre la arena de la playa mientras escuchaba la tierra crujir. Abrí los ojos, exaltado salí de la tienda de campaña y observé la tranquilidad de la noche. Ha sido una pesadilla me dije, de haber sido real estarías escuchando las sirenas. Bufff!!!! Resople mientras miraba al cielo, olí el mar, escuche las gaviotas y me volví a dormir.

Después de varios días descansado y las visitas a la universidad para utilizar su internet, llegó la hora de afrontar el siguiente asalto con Atacama.

Cargado de comida y agua para dos días, escalo la colina que separa la costa del desierto, para volver a la ruta 5 que atraviesa la infinita planicie. Para mi sorpresa paso enfrente de una penitenciaria, era el día de visitas y había un puesto de bocadillos, así que fiel a mis reglas de viajero seguí la numero #5. “No pierdas nunca la oportunidad de abastecerte”.

Paré a comprar dos bocadillos, uno para el momento y otro para el camino. Fue entonces cuando un ciclista colombiano llegó preguntando por una estación de camioneros, llamada La Negra, para hacer autostop hasta Santiago de Chile. Estaba a 12 kilómetros y compartíamos dirección así que le ofrecí acompañarle. Pedaleamos juntos charlando tranquilamente, a los pocos minutos me pregunto si tenia marihuana, “No” le dije. Seguimos hablando y hasta que llegamos a La Negra me insistió 7 veces más, ¿Seguro que no tienes marihuana? Repetía constantemente. Cuando llegamos le pregunté si tenia hambre y si había desayunado, no le hizo falta contestar, había visto esa expresión decenas de veces en mi. Venga ven conmigo le dije, te invito a desayunar.

Mientras degustaba mi tercer desayuno de la mañana, contemplaba como mi compañero disfrutaba el suyo. Me hizo muy feliz poder ayudarle, yo había pasado por lo mismo miles de veces. Mientras tomábamos el café me contó que no se encontraba muy bien del estomago desde hacia varios días, le entendía perfectamente. Le dije que resistiera, que se le acabaría pasando.

A la hora de despedirnos me pidió que le dejara acompañarme. La idea no me hacia ninguna gracia, le faltaba mucho al pobre muchacho para poder seguirme el ritmo, pero quería ayudarle por lo que fui totalmente sincero: “No estas preparado amigo, me he cruzado desiertos muy duros en este viaje y no lo estas. No es por que estés desesperado por fumar marihuana, ni porque estés malo del estomago, es porque lo primero que me dijiste al conocerte es donde esta la estación de camiones para que te remolquen hasta Santiago. Antes de empezar ya estabas vencido, nunca quisiste meterte en este desierto. Aunque sea sáltate los primeros 500 kilómetros que son los mas duros y si coincidimos nuevamente por la ruta, pedalearemos juntos pero por zonas mas fáciles”. Nos despedimos y cada uno siguió su camino.

Los primeros kilómetros pedaleando por el Desierto de Atacama no pude evitar acordarme de Lucho, el ciclista colombiano con quien compartí ruta desde Trujillo hasta Lima. Juntos atravesamos el desierto mas duro de toda Sudamérica. El si que era un guerrero, un hermano, un luchador, un valiente!!!

Antes de que caiga la noche me interno en el desierto abandonando la carretera, instalo mi campamento, cocino la cena con mi hornillo fabricado con media lata de Coca-Cola y alcohol de quemar, miro las estrellas y cierro los ojos hasta que el sol vuelve a salir por el horizonte.

Por la mañana me racionalizo el agua para llegar hasta Paposo, y en los últimos 30 kilómetros hasta la costa me esperaba una tremenda bajada que desciendo a 88 km/h, mi nuevo récord de velocidad.

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(La bajada del desierto hasta la costa)

Bordee 50 kilómetro por la costa para llegar a Taltal, donde pasé la noche en la playa junto a una hoguera escribiendo mi diario. En el desierto los días son calurosos y soleados, pero las noches son frías. Después de la dura jornada del día siguiente, escribí una nueva hoja en mi diario:

“Ha merecido la pena… madrugar en Taltal, cargar la bicicleta con comida y 7 litros de agua, pedalear 20 kilómetros cuesta arriba para adentrarme nuevamente en el desierto, luchar contra el calor, el sol y el viento hasta el atardecer, dejar la carretera para adentrarme 500 metros en las arenas de Atacama, recorrer durante una hora la orilla del asfalto recogiendo trozos de madera para calentarme por la noche, cocinar la cena, instalar el campamento…después de todo el esfuerzo y de no parar en todo el día, por fin me siento junto al fuego bajo la luna y las estrellas, rodeado de oscuridad y calma. No es fácil construir estos momentos y el trabajo que lleva es muy duro, pero merece la pena”.

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(Colorado On The Road en el Desierto de Atacama)

Amanezco en el desierto, continuo lidiando con las cuestas de 20 km y llego a Chañaral. En cuanto entro en la ciudad pregunto por la playa para acampar, pero ya no hay playa. Unas semanas antes cayó una riada después de décadas sin llover, arrasando la ciudad y cambiando totalmente la geografía. Me acerco a la zona cero y contemplo la destrucción total. Casas derruidas, furgonetas encima de tejados, escombros por todas partes y la playa sustituida por un agujero lleno de restos de la catástrofe.

Terremotos, inundaciones, volcanes, sequias, diluvios, Chile es un país de extremos y es justamente por lo que son tan duros los chilenos, y a la vez tan solidarios. Termino acampando con los voluntarios que llegaron de todo el país para ayudar a sus compatriotas, comparten conmigo su comida y sus experiencias. Se sentían frustrados porque ya no llegaba tanta ayuda. En el Sur de Chile el volcán Chalbuco había entrado en erupción y toda la atención de la prensa estaba enfocada en él. Por la mañana me despedí de todos los voluntarios y atravesé de nuevo la zona cero de la ciudad.

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(Destrucción en Chañaral)

Continuo mi viaje por el desierto pedaleando como una bestia, los días pasan tranquilos y cada vez estoy más cerca de la capital. Pero la llanta trasera va a peor y la fisura es más grande. La mañana que amanezco en el pequeño pueblo de Domeyco, vuelvo a revisar su estado y decido tomar medidas, sino no lo lograríamos. Busco un taller de coches y les pido que me dejen utilizar algunas herramientas y hurgar en una montaña de metales inservibles. Acceden encantados y encuentro una vieja cadena, corto un eslabón y lo deformo hasta darle forma de pinza, con la medida perfecta de la llanta. El invento resulta pero a los pocos kilómetros la pinza se suelta, la llanta se abre y la rueda explota.

Avanzo un poco más hasta llegar al siguiente pueblo e instalo el campamento. Trabajo para hacer una nueva adaptación a mi arreglo y que la llanta aguante hasta Santiago. Fijo un radio extra para reafirmar la sujeción, fabrico lengüetas con una botella de plástico para cubrir la fisura por el interior, y suavizar el contacto con la cámara.

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(Estado y reparación de la llanta trasera)

Amanece y la hora de poner a prueba el apaño había llegado. Cada 15 minutos me detenía para revisar la rueda pero siempre estaba bien. Seguí avanzando hasta que llegué a un descenso de varios kilómetros. Bajo lento, quemando las pastillas de freno hasta que me digo, “Que carajo!!!” Dejé de frenar y empecé a tomar velocidad hasta que me puse a 60 km/h durante varios minutos. La pinza lo aguanto sin inmutarse y lo más importante, resistió los 600 kilómetros hasta Santiago.

Después de una semana veo la capital y a sus puertas aparece una nueva fisura en la llanta. Intento arreglarla para que aguante con un pasador de resorte pero acabo empujando a Bucéfalo. Con la rueda de atrás machaca me recibe en su casa Jaime, un gran amigo español. Estaba rendido y agotado, pero me espabilé en cuanto me empezó a dar jamón serrano. Jaime también ha viajado por todo el mundo y siempre ha sido una inspiración para llevar a cabo mi aventura. Los días en Santiago me hizo sentir en familia junto a su pareja y sus compañeros de casa.

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(Grandes momentos en Santiago de Chile)

Me quedaban 20 euros y Bucéfalo estaba destrozado. Intenté que alguna tienda chilena de ciclismo me apoyara, pero nada. No podía esperar a que la nueva llanta viniera a mi, tenia que salir ahí fuera a luchar por encontrarla. Diseñe 10 postales e invertí todo lo que me quedaba en imprimir 10 de cada una. Mi estrategia era simple, buscar ayuda en los ciudadanos de a pie.

Durante 8 horas estuve en la Plaza de Armas con toda mi equipación, un pequeño mapa con toda mi ruta, las 100 postales en un álbum y un cartel en el que escribí: “Vuelta al Mundo”. No tenía ni idea de que iba a pasar, pero poco a poco fui atrayendo la atención de los chilenos que se acercaban en pequeños grupos.

Primero les exponía en que consiste mi proyecto, la ruta que había llevado hasta el momento y que me quedaba por delante. Enseñaba las postales y contaba la divertida historia que había detrás de cada una, después siempre me preguntaban por su precio, yo simplemente decía que las regalaba a colaboración para poder arreglar a Bucéfalo. En mi opinión, creo que hubo dos factores que determinaron el éxito de la campaña: 1º La solidaridad chilena. 2º Una explicación de mi forma de ver el viaje que me salía del corazón: “A mi no me importa pasar frío, calor, que me llueva o nieve, soportar el hambre, atravesar montañas, selvas o desiertos, pedalear contra el viento, dormir durante semanas en la tienda de campaña y prescindir de la higiene personal que conlleva el viaje, siempre que pueda despertarme por la mañana y seguir pedaleando, seguir luchando por este sueño. Ver así a Bucéfalo me esta matando”.

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(En la Plaza de Armas repartiendo postales)

La respuesta de los chilenos fue excepcional. Al día siguiente volví al mismo lugar y recaude el doble que el primer día. Conocí a Carlos Carballo, propietario del Taller Chicle, y me proporcionó el último empujón que necesitaba: Repuestos de primera calidad a precio de coste y mano de obra gratuita. Durante dos días Carlos se dedicó a Bucéfalo, le cambió las dos llantas, el eje delantero y volvió a enradiar las dos ruedas, pusimos neumáticos y cámaras nuevas, cadena, juego de piñones, sistema de cableado y frenos nuevos. Mi Potro había vuelto!!!

Después estuve trabajando con el ordenador en casa de Jaime. Cada vez que me levantaba a estirar las piernas iba al establo a ver a mi Potro, me quedaba embobado observándolo. Es sencillamente único en su especie.

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(Colorado On The Road levantando a Bucéfalo totalmente reparado en el Taller Chicle)

El resto del tiempo en Santiago lo dedique a pasarlo ociosamente, a reencontrarme con Andrea Camacho (Proyecto El Sur es el Norte), con mis colegas españoles Jaime y Henry, conociendo otros viajeros, riendo, bromeando, disfrutando del momento de alivio y paz.

Antes de continuar y despedirme de la ciudad, la cadena de televisión Chile Visión me hizo un reportaje que grabamos durante día y medio, en el que un mensaje quise dejar claro: “Gracias Chile, estáis siendo mi talismán!!!

El momento de seguir adelante siempre llega, aunque había hecho la parada mas larga de todo el viaje, 14 días. Tenía las piernas que me pedaleaban sonámbulas por las noches, los músculos pidiéndome guerra y Bucéfalo inquieto por devorar kilómetros. Era hora de volver a la aventura.

Seguí rumbo hacia el Sur para llegar hasta Osorno, de ahí viraría al Este para alcanzar el Paso de Samoré y entrar en Argentina. Los primeros días fueron fáciles, el paisaje cambió del desierto a los bosques y praderas. Dormía en las vías de servicio COPEC, eran como un hotel 5 estrellas en las que encontraba césped para acampar, luz, seguridad, baños, duchas, agua y tranquilidad. Todos los días me paraba gente en la carretera, me había convertido en el famoso ciclista español que había salido en Chile Visión. Nos sacábamos fotos, me daban donativos, me invitaban a comer y firmaba postales.

El clima cambio y la lluvia empezó leve, pero a medida que continuaba mi camino hacia el Sur era cada vez más intensa. Terminó derivando en tormentas descomunales, la opción de acampar en campo abierto dejó de ser viable. Varios días me hospedaron, otros acampaba en cobertizos o zonas techadas para protegerme de la lluvia, secar la ropa y despreocuparme de las inundaciones. Cada noche siempre tuve a alguien que me ayudaba a encontrar refugio.

El clima no lo puso fácil pero finalmente llegué al Paso de Samoré. Era momento de despedirme de Chile y enfocarme en Argentina. Los policías fronterizos estaban esperando a que llegara para sacarse una foto conmigo, un país encantador desde el principio hasta el final.

El Paso de Samoré es una camino de 40 kilómetros a través de Los Andes que conecta los dos países vecinos. Un puerto de montaña de 1305 msnm que desde hacía dos días estaba cubierto por la nieve. El frío era intenso y el sol estaba cerca de ocultarse, pero decidí pedalear 15 kilómetros y dormir en el paso entre los dos países. La nevada empezó débil pero a medida que escalaba cobró mucha más fuerzas. Conseguí llegar con el último rayo de luz a los carpones donde guardan las máquinas quitanieves, y pasé la noche en su interior. Encendí un pequeño fuego con madera húmeda que marco la diferencia entre la desesperación y la ilusión. Fue una noche muy autentica.

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(Durmiendo en el Paso de Samoré)

Por la mañana el operario de las quitanieves, antes de empezar su turno me dejo un termo de 1,5 litros lleno de café caliente junto a la tienda. Mientras escuchaba sus pasos alejarse, a medida que me despertaba creo que pude gritar “Gracias” unas 20 veces.

Con el cuerpo lleno de cafeína me puse en marcha, el último asalto con Los Andes estaba listo. Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y ahora para cruzar a Argentina. Con esta impresionante cordillera he vivido mil y una batallas. Era hora de encarar la última.

Nevó durante toda la noche y pedalear no era posible cuesta arriba, solo podía empujar. En muchas ocasiones por cada 3 pasos retrocedía 2, resbalándome en el hielo. Los camiones se quedaban atascados, los coches paraban a poner las cadenas, mi ropa se mojó y si me paraba me congelaba, si me movía entraba en calor. Solo me detuve en dos ocasiones para ayudar a poner las cadenas a dos vehículos.

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(La última batalla con Los Andes)

La última batalla la mejor!!! Me repetía constantemente cuando coroné la cima del Paso de Samoré. Luego descendí hasta la frontera y entré en Argentina.

Uno nunca sabe lo que se va a encontrar, que ocurrirá o que problemas tendrá que superar. Lo que siempre me ha movido en los momentos difíciles es:

“Las soluciones no se encuentran quedándose quieto o mirando atrás.

La respuesta siempre esta adelante, nunca hay que dejar de avanzar.”

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Vídeo del trayecto en el Sur de Chile hasta el Paso de Samoré:

Bolivia

Etapas

03/04/2015 Copacabana – Huarina (82 Km).

04/04/2015 Huarina – La Paz (78 Km).

05/04/2015 Descanso en La Paz.

06/04/2015 Descanso en La Paz.

07/04/2015 Descanso en La Paz.

08/04/2015 Descanso en La Paz.

09/04/2015 La Paz – Patacamaya (103 Km).

10/04/2015 Patacamaya – Colpapucho (50 Km).

11/04/2015 Colpapucho – Pazña (165 Km).

12/04/2015 Pazña – Sevaruyo (94 Km).

13/04/2015 Sevaruyo – Keluyo (94 Km).

14/04/2015 Keluyo – Uyuni (70 Km).

15/04/2015 Uyuni – Isla Inkawasi (95 Km).

16/04/2015 Isla Inkawasi – San Juan (82 Km).

17/04/2015 San Juan – Ollagüe (Entrada en Chile) (77 Km).

Bolivia

Entrar en Bolivia significaba que entraba en mi país número 31, pero la geografía no dejaba marguen de diferencia, aun seguía en el Altiplano de los Andes Centrales y no descendería de los 3600 msnm hasta llegar a la frontera chilena.

Donde pasar mi primera noche fue una decisión fácil. Pedalee con las últimas horas de luz hasta la costa del Lago Titicaca en la ciudad de Copacabana. Encontrar un lugar tranquilo donde acampar fue algo mas complicado de lo que imaginaba. Debido a la cercanía de la Semana Santa, las orillas del lago estaban repletas de campistas nacionales que habían llegado para pasar las fiestas.

A medida que me alejaba de la costa de la ciudad, iba encontrando cada vez menos bullicio y era exactamente lo que necesitaba, tranquilidad. Finalmente acampé a unos 20 metros de un grupo de viajeros.

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(Acampando a orillas del Lago Titicaca)

Una vez instalé mi campamento a orillas del lago, me acerqué a conocer a mis vecinos de procedencia francesa y colombiana, a calentarme con el fuego de su hoguera y compartir unas cervezas. No tardé en irme a dormir, las duras pedaladas del día no te dejan marguen para la vida nocturna. Pero acercándose el reloj a las 23:00 pm, una patrulla de la policía vino a mi solitario campamento, me despertaron a voces para que saliera de mi calentito saco de dormir y presentara mi documentación. En cuanto me puse en pie y mostré mi pasaporte me preguntaron: Huele usted a alcohol ¿Ha estado bebiendo? Un par de cervezas contesté. ¿Sabe que esta prohibido beber en la vía pública? Me quedé pensando que carajo me estaban echando en cara cuando estaba en una zona arbolada alejada de la ciudad, mientras en la verdadera vía pública estaban decenas de bolivianos bebiendo junto a la orilla, y yo llevaba durmiendo hacia ya varias horas.

Fueron muy severos con su decisión, ¨Recoge todo, súbelo a la furgoneta que nos vamos a la comisaría¨ me dijeron. No daba crédito a lo que me estaba pasando, pero desde el principio sabía perfectamente lo que querían, y sus bromas y risas los delataron con claridad. Lamentablemente para ellos soy un terco cabezón que ni de broma iba a estar por la labor de aflojar la billetera y darles la propina que andaban buscando, así que decidí mi estrategia en cuestión de segundos y la lleve a cabo: ¨De acuerdo señor policía, no se preocupe que cooperare en todo lo que usted requiera, necesito 40 minutos para recoger todo mi campamento y subirlo a su furgoneta. Pero primero notifíqueme a que comisaría me van a trasladar, ya que esta es una situación nueva para mi, y quisiera llamar a un amigo de la Embajada Española para informarle de este suceso¨.

Mientras tecleaba en mi teléfono móvil números aleatorios, se miraron entre los 6 policías las caras de imbécil que se les había quedado, y rápidamente me dijeron que por esta vez iban a hacer la vista gorda. Así que volví a entrar en mi querida tienda de campaña disfrutando del farol que se habían comido, y continuar planchando la oreja en mi mullidito saco de dormir, un tiempo al menos.

Cuando estaba inmerso en un profundo sueño, a las 03:00 am el sonido de unas voces y de la música me despertaron. Salí a descubrir de donde procedía tal escandalo y para mi sorpresa, de entre todas las zonas libre que había a decenas de metros de mi campamento, tres jóvenes bolivianos habían decidido instalar su tienda de campaña justo al lado de la mía, para emborracharse y escuchar música a todo volumen. Me acerqué a ellos para pedirles que aunque fuera quitaran la música, ya que estaban tan borrachos que seguro no iban a tardar en perder el conocimiento, pero uno de ellos me sorprendió con una pregunta: ¿Pero tú de donde eres? Yo soy Español le contesté. Entonces este impresentable me dijo algo que me dejo atónito: ¨Gringo de mierda, vete a tu puto país¨. No pude moverme, no pude decir nada, solo pude permanecer de pie frente a ellos durante un par de minutos, mientras me hervía la sangre. Los primeros instantes solo intenté no dar rienda suelta a mi frustración, lo cual me hubiera llevado a dormir el resto de la noche, y a despertarme con la visión de sus cuerpos aun flotando en el Lago Titicaca. Ellos se miraban sin entender que se me estaba pasando por la cabeza. Los últimos segundos, cuando entre en razón, pensé en una salida razonable, ¿Pero que iba a hacer? ¿Llamar a la policía corrupta? Así que tomé la decisión mas inteligente y que menos problemas me iba a dar, pedirles que intentaran hacer el menor ruido posible y volver a dormir. Por supuesto la reacción de ellos fue subir aun mas la música y continuar bebiendo a voces, pero por suerte pasada media hora la borrachera los silencio en un profundo sueño.

A las 07:00 am mi despertador sonó, halla pasado lo que halla pasado por la noche, yo me levanto con la luz del alba y continuo mi viaje, no hay excusas para seguir durmiendo, sino razones para seguir adelante.

Antes de irme de Copacabana, fui a desayunar al mercado con el viajero colombiano que conocí la noche anterior. Me enseño un poco la ciudad y compartimos unas cuantas aventuras. Nos despedimos, crucé el cerro para embarcarme en un pequeño bote que me llevaría al otro lado del estrecho de Tiquina y puse rumbo a La Paz.

Con dos etapas llegue a la capital, y desde el barrio llamado El Alto accedí a la autopista que desciende serpenteando el valle, para llevarme al centro de la ciudad. Tenía claro donde iba a hospedarme, en la Casa Ciclista de Cristian. Ya le había avisado de mi llegada vía email y él me estaba esperando. Ya instalado y con el ordenador conectado, escribí a la viajera colombiana del proyecto ¨El Sur es el Norte¨, Andrea, a quien había conocido subiendo el Machu Picchu. Desde que nos conocimos no perdimos el contacto y nos esforzamos en coordinar nuestra llegada a La Paz, para ir juntos a conocer Las Peleas de Cholitas. Tampoco me olvidé de mi gran amigo Luis Carlos, ciclista colombiano con el que compartí las pedaladas para llegar a Lima, con quien coincidí en Cuzco y también había planificado coincidir en La Paz.

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(Llegada a La Paz)

Andrea fue rápida en su respuesta y quedamos en vernos al día siguiente en la Iglesia de San Francisco, para ir a conocer el espectáculo de las Cholitas. Pero Lucho no dio respuesta.

A la mañana siguiente, decidido a domar mi alocada melena fui directo a una peluquería del centro. Cuando pasé en frente de la Iglesia de San Francisco me topé con un improvisado puesto que Lucho había montado. Estaba con su bicicleta apoyada en la pared y sobre una bandera de Colombia que tenia en el suelo, mostraba los laberintos que el mismo fabricaba con cables de metal, en un intento de recaudar fondos para salir de la dura situación económica que atravesaba.

Nos fundimos en un fuerte abrazo que duro un año, le pregunté que carajo estaba haciendo y nos pusimos al día. Yo acababa de ganar un buen dinero por un trabajo que realice para la Editorial Santillana, así que le pedí que recogiera su puesto porque sus problemas económicos ya estaban solucionados. Decidió esperar a que volviera de cortarme el pelo, así que intente ser lo más rápido posible.

Ya de vuelta fuimos juntos a la casa ciclista y de camino compramos comida en abundancia en un supermercado. Nadie mejor que yo sabe el desgaste acumulado que se alcanza tras duras jornadas de pedaleo, y quería cuidar de mi hermano colombiano. Con el estomago lleno de arroz, pollo y patatas, salí a comprar una botella de ron para brindar con mi compañero. De camino hice una parada en el cajero para darle una ayuda a mi querido amigo.

El reloj marco el inicio de la tarde y era hora de acudir a la Iglesia de San Francisco para reencontrarme con Andrea, e ir a conocer Las Peleas de Cholitas. Por supuesto invite a Lucho a que nos acompañara, como una familia de viajeros.

La verdad que esperaba una pelea aburrida de Pressing Catch, pero fue un espectáculo ver volar por los aires a las pequeñas luchadoras dentro del cuadrilátero, además el ron lo animó mucho más. Disfrutamos de esos momentos juntos, la vida de los viajeros de diferentes nacionalidades siempre hacen las coincidencias mas emocionantes, ya que no sabemos cuando nos volveremos a reencontrar.

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(Colorado On The Road recibiendo una paliza de las Cholitas)

Pasados unos días, la primera en partir fue Andrea hacia el interior de Bolivia. Después fui yo quien puso rumbo hacia Uyuni, despidiéndome para siempre en esta aventura de mi hermanito pequeño. Lucho había tomado la decisión de regresar a Colombia, lo que hacia imposible que nuestras pedaladas nos volvieran a unir.

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(Colorado On the Road y Luis Carlos, alias Lucho, alias Colombia)

Para salir de La Paz, podía optar por la autopista de 12 kilómetros con una pendiente muy moderada, o salir en línea recta por la cara mas empinada de la montaña y hacer solo 3 kilómetros para regresar a El Alto. Durante este viaje siempre he tenido una inquietud que no he sabido resolver. Cada vez que estoy triste y retomo la carretera, tengo la necesidad de sufrir haciendo marchas de grandes distancias y hasta altas horas de la noche. Es como si quisiera consumir mis lamentos.

Tomé la salida mas dura de la ciudad. Encaré directamente la montaña perdiendo la capacidad de pedalear, la pendiente era tan pronunciada que mientras empujaba a mi potro tenia que parar a respirar cada poco tiempo. La altura hacia que el oxígeno escaseara y la elevada polución provocaba que el aire que inhalaba ardiera en mis pulmones. Con un gran esfuerzo coroné la cima del valle, miré atrás y me despedí de la ultima visión de La Paz.

Mi primera noche fuera de la capital boliviana la pasé en un económico hostel, regentado por una encantadora señora que me dejó su mejor habitación, al precio de la mas barata. Por la mañana me regaló la bandera de Bolivia y me acompaño hasta la calle junto a su marido para despedirme y desearme buena suerte, eran simplemente encantadores.

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(Bucéfalo recibiendo la bandera de Bolivia)

A medida que avanzaba por el interior del país, la gente se volvió cada vez mas cercana. Cuando paraba a comer siempre me daban doble ración, me hacían preguntas sobre mi viaje, me hospedaron en unas termas y me daban las gracias por llevar su bandera. Una valoración que tuve hace ya mucho, es que la actitud de unos pocos no puede ser la imagen de muchos. A pesar de mi desafortunada primera noche en Copacabana, un cretino es un cretino, y lamentablemente hay muchos en este mundo. Pero eso no quiere decir que por cruzarme con uno vaya a catalogar a las personas de su misma nacionalidad con la misma sombra. Esos prejuicios solo ciegan la verdadera imagen de una sociedad.

Los últimos 250 kilómetros hasta Uyuni la carretera dejó de existir. La pista de tierra era mi nueva carretera, el barro, los baches y las rocas mis nuevos compañeros. Por el día el viento pega duro pero al atardecer se relaja, así que apuro mis pedaladas bajo la luz de mi linterna. A la hora de acampar me cuesta irme a dormir, sin ningún rastro de luz, el cielo brilla con miles de estrellas. Las noches son frías pero los días cálidos. Los obreros que construyen la carretera que unirá Santiago de Huari con Uyuni, duermen en grandes campamentos que cada medio día visito para conocer sus cantinas, y almorzar bajo su invitación.

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(Colorado On The Road atravesando Bolivia)

Finalmente alcanzo la ciudad de Uyuni, una de las paradas del Dakar. Con tan solo una noche de descanso me preparo para la aventura que mas deseaba vivir en Bolivia, cruzar el Salar de Uyuni.

Desde el pueblo de Colchani pongo rumbo a la entrada del mayor desierto de sal y a mayor altitud del mundo. A medida que me aproximo al primer acceso, me doy cuenta de que esta totalmente inundado. Los todoterrenos que transportan a los turistas superan el obstáculo con facilidad, pero yo no puedo cometer ningún error o sino mi potro podría ahogarse en las aguas saladas, y con él perder todo mi equipo electrónico.

Esperé pacientemente para observar que ruta escogían los experimentados guías bolivianos al volante de sus todoterrenos, hasta que encontré una ruta que no era tan profunda. Cogí aire y comencé a pedalear con firmeza sobre el agua a medida que esta ganaba profundidad. En varios tramos pedaleaba con el agua por las espinillas, pero Bucéfalo cumplió y juntos superamos el obstáculo, ya estábamos dentro del salar.

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(Colorado On The Road después de atravesar la entrada inundada)

Había invertido demasiadas horas de luz en llegar hasta ese punto, y aun tenia 75 kilómetros hasta la Isla de Inkawasi situada en el centro del desierto salado. La llanura era eterna, el suelo firme y la sal crujía bajo las ruedas. El sol se reflejaba en la sal, a mas de 3660 msnm y próximos al ecuador, la radiación solar era intensa por lo que cubrí cada centímetro de la piel de mi cuerpo para evitar abrasarme. Pero mi mayor enemigo fue el fuerte viento en contra que soplaba constantemente, y arrastraba temperaturas de 10 ºC.

Con las horas de luz pedalee contento y emocionado, disfrutando de la experiencia y en ocasiones cerraba los ojos durante largos instantes, total, no había nada contra lo que pudiera chocar. Pero no presté atención a lo lento que avanzaba por causa del viento, ya que no disponía de ninguna referencia geográfica a mi alrededor.

Hipnotizado por el apasionante atardecer, me escudé en la esperanza de que el viento dejara de soplar con la oscuridad y poder abarcar con rapidez los últimos 20 kilómetros hasta la rocosa Isla de Inkawasi. Pero no fue así.

En pocos minutos estaba rodeado por la mas profunda oscuridad, la temperatura cayó en picado, el viento sopló con mas fuerza y avanzaba lento bajo la débil iluminación de mi linterna. El verdadero reto había comenzado.

Avanzaba a una media de 7 Km/h y necesitaba pararme a descansar cada 30 minutos, a ese ritmo tardaría tres horas y media en llegar a la isla. Cuando estaba a menos de 10 kilómetros de llegar a mi objetivo, me detuve totalmente agotado. Deje tumbado a Bucéfalo sobre la sal y me senté junto a él para que me protegiera del helado viento. Abrí una de sus alforjas y saque una lata de cerveza que había comprado para celebrar una victoria que aun no había llegado. Apagué la luz de mi linterna y dejé que la oscuridad me envolviera por completo, estaba desesperado. Cuando di el primer trago de cerveza alcé la cabeza y me quedé embobado con un espectáculo irrepetible, millones de estrellas, polvo cósmico y constelaciones saludándome. Entonces viví una de las más extrañas emociones que solo en este viaje he vivido. Comencé a reírme a carcajada limpia, me levanté emocionado gritando al infinito mientras saboreaba la cerveza de la victoria. En ocasiones olvido la gran aventura que estoy viviendo debido a la responsabilidad que me impongo de alcanzar cada objetivo, pero cuando recuerdo porque estoy aquí, porque lo hago, la adrenalina explota en mi y no puedo dejar de sonreír.

Cuando levanté a Bucéfalo del suelo, lo hice convencido de mis dos opciones, llegar a la Isla de Inkawasi o llegar a la Isla de Inkawasi. A pesar del cansancio de la dura jornada, pedalee los últimos kilómetros con mas fuerza que cualquier otro del día. Una inmensa roca se alzaba en la planicie salada, y con ella un refugio que frenaba el viento y me proporcionó el campamento perfecto para dormir sin congelarme.

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(Amaneciendo en la Isla de Inkawasi)

A la mañana siguiente miraba el Salar de Uyuni desde otra perspectiva. Brújula en mano tenía que pedalear hacia el sur para alcanzar el pueblo de Chuvica, ya en tierra firme, y el viento lo tenia de espaldas convirtiéndose hoy en un aliado.

Con energías renovadas, invertí parte de la experiencia en inmortalizar el momento con numerosas fotografías y llevar acabo una hermosa tradición del salar, pedalear desnudo.

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(Colorado On The Road y Bucéfalo en el Salar de Uyuni)

Cuando abandoné el implacable desierto miré atrás, y di por concluido el mayor reto en tierras bolivianas. Desde Chuvica hasta San Juan pedalee duro por pistas de tierra y nuevamente la noche me dio caza, pero complete la etapa con éxito. Éxito que merecía la recompensa de dormir bajo techo y sobre un colchón. De todos los hostel que hay en San Juan, justo el primero en el que entré me deparó una sorpresa.

Mientras hablaba con la encargada y me daba la mala noticia de que no había ni un hueco libre, Andrea cruzo la habitación para abrazarme con fuerza, tremenda casualidad. El hostel estaba dividido en habitaciones compartidas, designadas para cada vehículo de agencias privadas que hacen tours de varios días por el salar. Después de hablar con las compañeras de Andrea y con la encargada, me dejaron dormir en el suelo de su habitación con un colchón. Las chicas no habían acabado con la cena que les sirvieron, así que di rienda suelta a mi apetito devorando una ensalada, una sopa y 4 pechugas de pollo.

Cuando todos se fueron a dormir, Andrea y yo estuvimos hablando hasta tarde, poniéndonos al día de todo lo que vivimos desde La Paz. Lo que mas me marco fue cuando me contó que a Lucho le robaron la bicicleta, dejándole la única opción de volver a Colombia en autobús. Malditos Bastardos!

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(Colorado On The Road y Andrea en San Juan)

Por la mañana nos despedimos con la esperanza de que ambos viajes se volvieran a unir en Santiago de Chile. Yo tenía casi 80 kilómetros cruzando el Salar de Chiguana hasta el paso de Ollagüe, y despedirme así de Bolivia.

Cruzaría a Chile desde el volcán Ollagüe y comenzaría a descender hasta la costa, dejando atrás el Altiplano. Nunca hay excusas para detenerse, sino razones para seguir adelante.

¨Creyendo en los sueños es como los creamos.

Sigue creyendo,

sigue soñando,

sigue creando.¨

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Peleas de Cholitas Cholitas:

Salar de Uyuni: